Sucede que algo de lo que se trató en Asilomar, California, hace casi medio siglo, tiene relación con lo que ahora pasa en un mundo al que se le ha puesto entre paréntesis, como en hibernación, por el protagonismo de un inoportuno agente infeccioso
Hoy se repite por todos los medios el mismo mensaje: aislamiento, control de riesgos, medidas de protección, cuidado; tanto que esas palabras producen hastío. Pero vale la pena, si hacemos caso al axioma de que el olvido de la historia hace que se repitan errores, referirnos a Asilomar, California, pues allí ocurrió algo interesante en 1975, hace casi medio siglo. Es bueno un pequeño recuento. Un recuento de hechos, de cosas que en efecto, sucedieron. Por ser relativamente olvidadas, no dejan de ser ciertas. La atención a esto, tanto tiempo más tarde, enseña: el lector es libre de hallar o no un mensaje, en caso de que encuentre en estos párrafos algo aplicable al momento.
En la reunión de Asilomar tuvo un papel muy importante, por su liderazgo, el bioquímico norteamericano Paul Berg, premio Nobel (compartido) de química en 1980. El propio Berg resume, al recibir el galardón, el estado del arte de lo que ya eran las disciplinas de la biología molecular y la ingeniería genética. Después de estar claro el papel del DNA (antecedentes de Beadler y Tatum; Avery; Watson y Crick), se conocía su estructura y se sabía mucho sobre el proceso de la formación de las proteínas como resultado de la puesta en marcha, por la célula, de la información genética. Se trabajaba entonces en la transferencia de genes entre células por medio de bacteriófagos. Se practicaba, in vitro, el intercambio de fragmentos de material genético entre organismos diferentes: virus, bacterias, células de mamíferos. Ya existía la preocupación de algunos por las potenciales consecuencias futuras del uso de vectores para modificar el genoma. Dos pequeños protagonistas de esos momentos eran la bacteria Escherichia coli y el virus SV40.
En Asilomar se consideró la necesidad de las medidas de seguridad en los laboratorios, se invocó a la precaución ante circunstancias de riesgo alto, tanto para las personas involucradas en la manipulación de estos materiales biológicos, como eventualmente, para la población general. Se llamó la atención sobre técnicas de aislamiento ante el uso de vectores (fagos y plásmidos), y prácticas microbiológicas; se alertó sobre la posible generación de agentes con potencial patogenicidad o con efectos ecológicos deletéreos. Ante aquellos escenarios se imponían medidas: aislamiento, manejo de residuos, control de flujo de aire en sitios de trabajo, ropas, equipos de lavado, materiales de protección. Hay una clave común: el uso práctico de la tecnología recombinante (ADNr).
Hace poco alguien comentaba acertadamente: la “ciencia” no habla; hablan las personas. Hablan quienes se han dedicado a aspectos muy especializados y complejos de áreas específicas del saber tecno-científico. Y quienes se dedican a ello son personas; algunas muy competentes en su dominio técnico. Algunos otros, ingenuos, movidos por un inexplicable optimismo en las aplicaciones de tecno-ciencia. Otros, quizás sean muchos o la mayoría, motivados por los asombrosos y complejos intereses involucrados en estos procesos: desarrollo de patentes en la industria de la biotecnología, millonarios compromisos con la industria farmacéutica, conflictos de intereses innegables, participación de entidades públicas y privadas en proyectos de colosales implicaciones económicas y sociales. Alrededor de cada una de esas áreas, incluyendo la académica, ha de existir un gigantesco aparato burocrático, oficial y privado. No es razonable pensar que ante esto las ideologías y las orientaciones políticas son inmunes: no, por el contrario. Tal vez la política está en el centro de todo.
Sucede que algo de lo que se trató en Asilomar, California, hace casi medio siglo, tiene relación con lo que ahora pasa en un mundo al que se le ha puesto entre paréntesis, como en hibernación, por el protagonismo de un inoportuno agente infeccioso y de unos expertos que influyen sobre quienes toman decisiones de alcance mundial. Se ha cuestionado la posibilidad de saludar de mano y de abrazar a parientes y amigos, e incluso, hemos llegado a creer que es un acto temerario sentarse juntos frente a una mesa para compartir un café, en un encuentro cara a cara, con espontaneidad y con humanidad.
Espero que el lector –por ahora, sólo por ahora, con paciencia, con mascarilla, con lavado de manos frecuente, con distancia física respecto al vecino- aspire también a tener pronto un contacto normal con su familia, con sus vecinos, con sus compañeros de labores, con sus amigos, pues no hemos llegado a una situación de “post-humanidad”. Seguimos siendo seres para el encuentro, el diálogo y la felicidad.