Primero el huracán Irma azotó con sus fuerzas a Puerto Rico, Cuba y Florida. Luego, un terremoto de 8.1 estremeció México; dos huracanes, José y María, se forman en el atlántico; María se vuelve categoría 5 y se dirige hacia Puerto Rico. Este miércoles, otro terremoto de 7.1 sorprende a México.
Huracanes, terremotos, volcanes en erupción, inundaciones. Los desastres naturales en 2017 no son un presagio de que “el mundo se va a acabar”, como lo han expresado millones de personas en redes sociales después del devastador terremoto que sacudió México, sino una muestra de que estamos en un planeta vivo, “un planeta que normalmente hace esas cosas”.
Y a pesar de que el ser humano, en parte, ha propiciado un notable cambio climático, es importante tener en cuenta que toda esta seguidilla de eventos naturales corresponden a una dinámica propia de la Tierra que no podemos modificar y sobre la cual no tenemos injerencia alguna.
Así lo explicó José Fernando Duque Trujillo, geólogo y doctor en Ciencias de la Tierra, quien aseveró que las erupciones volcánicas, las temporadas de huracanes y el movimiento de las placas tectónicas es algo que se presenta comúnmente y que “no representan el fin del mundo”, por ello es necesario que en todos los países, en cada rincón, hayan planes de disminución y prevención del riesgo ante cualquier desastre producido por la actividad de la naturaleza.
“Si vemos la cantidad de pérdidas humanas del sismo en México en 1985, con respecto a la cantidad evidenciada con el sismo de ayer, pues es notable que los planes de prevención, evacuación y alertas tempranas sí funcionan, por lo cual este trabajo juicioso debe continuar y la gente debe ser consciente de su importancia”, aseveró el avezado, quien también se desempeña como docente en la Universidad Eafit.
Un impulso a la pobreza
Según el informe del Banco Mundial y el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación (Gfdrr) publicado en noviembre de 2016, el impacto de los desastres naturales “graves” equivale a una pérdida 520.000 millones de dólares en el consumo mundial y empujan a unos 26 millones de personas a la pobreza cada año.
“Las tormentas, las inundaciones y las sequías tienen graves consecuencias humanas y económicas, y a menudo son los pobres quienes pagan el precio más alto. Generar resiliencia frente a los desastres no es solo un objetivo razonable desde el punto de vista económico, es también un imperativo moral”, afirma en el estudio Jim Yong Kim, presidente del Grupo Banco Mundial.