Casi todos los líderes elegidos en los últimos diez años en el planeta expresan en su indolencia, crueldad y avaricia la decisión errática de grandes conglomerados.
Éxitos rotundos obtenidos de la mano de la ciencia y la tecnología no pueden ocultarnos los grandes fracasos. Al lado de esos logros rutilantes la dimensión de la derrota humana en asuntos esenciales oscurece casi completamente el panorama del futuro de la humanidad.
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De la primera derrota tomé conciencia leyendo, hace cuarenta años, a Ramón Sender en sus Ensayos sobre el infringimiento cristiano. Un bello estudio sobre las imágenes del árbol y la cruz y una reflexión profunda sobre el mensaje cristiano. Cristo y su Evangelio entrañan una propuesta radical para la humanidad, un cambio profundo el cual se basa en apartarse de la crueldad y elegir el camino del amor. El crecimiento de poderosas iglesias cristianas alrededor del planeta no ha garantizado la difusión de ese mensaje y sin pudor la humanidad se sumerge en un pozo de sangre derramada. La codicia reina en todos los rincones de la tierra; el imperio guerrero de la plutocracia mundial luchará sin cuartel por los recursos de todo tipo y ya la destrucción de la tierra tiene en los océanos su visión final; en medio de las aguas crece un desierto inimaginable donde antes se podría contemplar el poder y la belleza de la vida. Crueldad, codicia y destrucción de ecosistemas muestra la dimensión del fracaso de un mensaje que no ha podido ser escuchado en su dimensión salvadora; no son ya los cuerpos ni las almas, es toda la vida en la tierra la que está amenazada con su destrucción como la hemos conocido.
La segunda derrota quizás tiene el mismo origen. La sordera congénita del ser humano, su renuencia a aceptar las razones. Esta derrota es la del fracaso de la actitud filosófica, la imposibilidad del desarrollo del pensamiento crítico no en unos pocos individuos sino en la mayoría. El deseo de Thomas Hobbes de que la razón se convirtiera como el pan y el vino en alimento de la especie se convirtió en una utopía más lejana aún. Y es que no solo se requiere espíritu crítico sino una dosis de benevolencia y humildad. Y nadie, casi nunca, está dispuesto a dar el paso y decir: me equivoqué, nos equivocamos.
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Las gentes no leen en su gran mayoría para informarse sino para confirmar sus juicios de valor y fortalecer aún más los puntos de vista adoptados. Y esto en tamaño ampliado es lo que está detrás de la tragedia en curso de Venezuela, para poner un ejemplo cercano. Fueron jóvenes revolucionarios de los años setenta y ochenta que protestaban contra la corrupción y sabían lo excesos de la bota militar quienes pusieron en manos de militares el destino de su nación. Lo resultados son de espanto.
Es casi innecesario poner más ejemplos de esos dos fracasos, derrotas para el espíritu innegables. Casi todos los líderes elegidos en los últimos diez años en el planeta expresan en su indolencia, crueldad y avaricia la decisión errática de grandes conglomerados.
No hay solución pues si en 25 siglos no hemos logrado como humanidad dar pasos firmes para el bienestar total no hay mayores indicios de que la educación, el desarrollo de los conocimientos o la religión puedan hacer un milagro y más bien es predecible la profundización en el desastre.