Derecho y moral

Autor: Sergio de la Torre Gómez
23 septiembre de 2018 - 12:05 AM

Resulta iluso esperar de un congreso recién elegido que le tumbe su ministro más importante a un presidente que a su vez acaba de estrenarse.

El debate a Carrasquilla celebrado esta semana quedó en tablas. Nadie lo ganó, y nadie lo perdió por ende. La controversia se había ventilado en los medios tan ampliamente que el senador Robledo no pudo agregar nada nuevo contra el ministro, por fuera de lo que ya se conocía. Y así un espectáculo que se anunció como gran novedad no fue más que la repetición o refrito de lo que ya dábamos por sabido. En lo que al acusado respecta, por cuyos despojos iban sus feroces enemigos del momento para exhibirlos como trofeo, en su defensa y descargos tampoco hubo nada nuevo. El conflicto de intereses, los impedimentos y cosas análogas que se le atribuían, son figuras claramente descritas y sancionadas en la normatividad vigente y, en rigor jurídico, no pudieron demostrarse cabalmente. Usar y abusar de ellos es propio de nosotros cuando se salta del sector público al privado, o viceversa. Se nos volvió ello moneda corriente, sin mayores consecuencias. Pero además tampoco se pudo demostrar que el provecho obtenido por Carrasquilla no provino del ejercicio normal y legítimos de su profesión. Si así hubiere sido y tal fuera la regla siempre aplicada, qué pocos servidores públicos de alto nivel podrían desempeñar su oficio particular confiados en que lo hacen correctamente.

 

Lea también: Lo falso y lo verdadero

 

En cuanto a la moción de censura intentada, y que al aprobarse apareja la renuncia como sanción y el consiguiente resbalón para una flamante administración que apenas se inicia, la conclusión, o al menos lo que quedó claro en el fogueo parlamentario correspondiente es que no hubo delito o infracción de la ley probada y sustentada, salvo que los jueces dictaminen lo contrario mañana, en caso dado. Lo cual ya sería otra faena, y en otro escenario.

Ciñéndonos a lo que ocurrió en la sesión de marras, resulta iluso esperar de un congreso recién elegido que le tumbe su ministro más importante a un presidente que a su vez acaba de estrenarse y está empezando apenas a repartir el botín entre los suyos, sin compartirlo, según parece, con aliados de ocasión, sean partidos o sean individualidades habituadas a medrar donde haya migajas, para mantenerse a flote. Pienso en personajes como Roy Y Benedetti, que ya son emblemáticos por su siempre certero transfugismo, su don de ubicuidad y su capacidad de supervivencia, tan asombrosa como la de ciertas especies animales que atrajeron la curiosidad de Darwin. Y no estoy aludiendo a la “mermelada”, tan denostada y vedada, al menos de palabra, sino del inmenso poder que tiene el Príncipe para premiar o castigar, a su amaño, a unos partidos, sus legisladores y clanes, como los que hoy dominan la escena en el Congreso, mientras aquel siga tolerándolos y no se les atraviese.

 

De su interés: ¿Lo endémico se cura?

Digamos por el momento que en lo hecho por el ministro Carrasquilla, hasta donde se sabe no se configura un delito. Pero una falta, consciente o inconsciente, contra la ética, tal vez sí. Por hoy dejamos el tema esbozado hasta la próxima vez en que hablaremos del contexto político y de la distinción necesaria entre la ley, la ética y la moral, distinción que tiene sus implicaciones, y bien hondas, en el caso que tratamos.

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