Aquí tendría que ser al revés, los ofensores deben pedir perdón y ponerse a las órdenes del ganador, para el buen futuro de la ciudad. No tienen que ser amigos, solo tienen que cumplir con su deber.
Ha culminado un proceso electoral duro, con muchos personajillos con muy poco en la cabeza, pero con una gran capacidad de maldad y odio. Las estrategias que se usaron para ganar acusan una enorme imaginación que se podría usar para gobernar bien, sin embargo, no hubo muchas propuestas que se encaminaran a la creación de conciencia colectiva sobre los verdaderos problemas de la ciudad y el departamento. Por ejemplo, gastar ingentes cantidades de dinero para hacer pancartas que desprestigiaran a un candidato, sugiere una capacidad para diseñar campañas que en vez de envidias podrían ser de construcción de sociedad.
Las cuentas son alegres de lado y lado: unos dicen haber derrotado a las extremas (derecha e izquierda) neutralizando la polarización y la guerra; los otros aseguran haber crecido y ganado terreno político. Lo cierto es que debemos mirar el ejemplo de Argentina, país en el que aparentemente se había derrotado el mal, pero el mal estaba ahí y, contra todo pronóstico reapareció aun con los lastres de investigaciones, órdenes de captura y serios indicios de corrupción. En Colombia pasó lo mismo con las guerrillas pues, aunque al decir del gobierno estaban liquidadas, resucitaron de la nada.
En lo territorial, la tranquilidad vino con la elección de Aníbal Gaviria como gobernador por ser ampliamente conocido por su talante conciliador e incluyente que viene bien con su primera declaración de haber dejado de ser el candidato de muchos para ser el gobernador de todos. Pero no hay que perder de vista los seiscientos mil votos del segundo que le van a permitir alzar la voz con mucha autoridad y que, si no es el elegido, es gracias a la presencia del doctor Gaviria. Es el fanatismo y la falta de ideas y discernimiento lo que vuelve peligrosas a las extremas, por lo que ahora hay que derrotar el odio y tender puentes.
Y en lo local sí que es compleja la cosa. Salió triunfador un hombre joven, de barriada, ambicioso y sin pasado. Lo espera un concejo compuesto por contrarios: ocho concejales del CD y el resto casi todos adheridos al segundo, sin lugar a duda, más por malos cálculos que por ideologías. La campaña proselitista estuvo llena de odios y trampas, pero tanto concejales como alcalde deben entender que llego el momento de la reconciliación y de pensar más en la ciudad que en cómo hacer quedar mal al otro. Es el momento de demostrar que la grandeza de corazón es cierta y que nosotros, los ciudadanos, merecemos respeto.
Medellín queda maltrecha después del paso de esta administración. La central minorista y “el hueco” parecen haber decretado sus ampliaciones hacia el centro. En Medellín es difícil hacer lo de Claudia López en Bogotá, encomiable, por cierto, de buscar alianzas con los antiguos contendores. Los ciudadanos estamos asqueados y cansados de la guerra sucia, de los que se creen líderes sin contar con la aprobación popular. Aquí tendría que ser al revés, los ofensores deben pedir perdón y ponerse a las órdenes del ganador, para el buen futuro de la ciudad. No tienen que ser amigos, solo tienen que cumplir con su deber.