Disfrutamos al más emblemático ejemplar de populismo en el subcontinente: Gustavo Petro
Sabemos que el populismo, cualquiera sea su color o inclinación, derecha o izquierda, poco afloja en su empeño por sustituir al gobierno de turno, preferiblemente a través del sufragio. Pues aquel no es propiamente una ideología sino más bien un sentimiento primario, una emoción colectiva que en determinadas circunstancias mueve a un segmento grande de la sociedad. Emoción que crece y se inflama en situaciones de crisis, si ésta se torna crónica o estacionaria. El ánimo de revancha social que ahí subyace (y en lo cual reside su malignidad y peligrosidad) invade sobre todo a la clase media en vía de pauperización. Para muestra los Estados Unidos: su novísima, creciente masa de desarraigados, sin destino ni esperanza, arrumada en las barriadas y extramuros de las grandes urbes, castigada en su calidad de vida, que ha venido deteriorándose a ojos vistas, es la más dada a quejarse y protestar. Hasta que aparece un populista como Trump que la cautiva. No importa que sea de derecha, como lo han clasificado, aunque lo mismo daría si fuera de izquierda, pues tales catalogaciones suelen ser gratuitas y ligeras, como en el caso de Perón, de quien nunca se supo a ciencia cierta qué tendencia seguía, si es que seguía alguna.
El otro ejemplo lo tenemos aquí, donde disfrutamos al más emblemático ejemplar de populismo en el subcontinente: Gustavo Petro. ¿Acaso alguien, con algún criterio, ha encontrado en este personaje algún asomo de ideología, un cuerpo de doctrina siquiera embrionario, o un conjunto medianamente coherente de ideas que lo guíen? No. Lo suyo es una colección de propuestas improvisadas, sin orden ni concierto, que sin hilo conductor alguno se le van ocurriendo de semana en semana. Tanto más estrambóticas cuanto más impresionable o elemental sea el auditorio que lo oye. Van desde los paneles eólicos o solares con que quiere reemplazar la energía convencional, hasta la sustitución del petróleo por el aguacate como primer producto de exportación.
El hombre, que pretende ser el Mesías prometido o el redentor providencial que el pueblo ansiosamente espera desde hace siglos, no explica sin embargo cómo se financiarán el país y el Estado mientras se cumple la correspondiente transición, que necesariamente será larga y accidentada, como suele serlo todo cambio de fondo en lo económico. A juzgar por lo que creímos oírle él la calcula en 4 períodos presidenciales. ¡Vaya coincidencia ¡: es precisamente el tiempo en años que demoró Chávez en el solio, o el que completará Maduro en Venezuela gracias a la reelección tramposa que acaba de consumarse. Y cito aquí a los más venerados, recurridos espejos o modelos que le conocemos a quien nos está prometiendo una Colombia dizque “humana”.
A propósito, añadamos algo: no es nada casual o gratuito el parentesco entre los aguacates de ahora y la dialéctica de la Yuca con que el general Rojas, precursor de Petro, embelesaba a las muchedumbres en la plaza pública.