Del Tabor a la llanura

Autor: Pbro. Emilio Betancur
8 marzo de 2020 - 12:12 AM

En el segundo domingo de Cuaresma, Homilía sobre la transfiguración y la transformación en el monte Tabor.

Medellín

La pascua, el kerigma, la muerte y resurrección de Jesús dan razón de la recomendación fraterna de Pablo a Timoteo su íntimo y joven colaborador: “Querido hermano: Confía en el poder de Dios y toma parte conmigo en los duros trabajos de la evangelización, fue Él quien nos salvó y nos llamó a una vida santa, dándonos su gracia en Cristo Jesús quien destruyó el poder de la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad a través del evangelio” (Segunda lectura).

Desde la interpretación kerigmática de la pascua, Abraham tuvo un Tabor de crecimiento “No te llamarás más Abram porque tu nombre será Abraham, padre de muchos pueblos”. En su transfiguración antes de Abraham ampliar su tienda ensanchó sus entrañas pasando por la paternidad física, Ismael e Isaac, a la paternidad espiritual y universal. “Engrandeceré tu nombre y tú mismo serás una bendición… en ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra” (primera lectura). La escucha se hizo en él obediencia y la obediencia fue premiada con la bendición: Abraham transfiguró su vida en un diálogo de confianza con Dios obedeciendo a lo que Dios proveía a cambio de lo estrictamente utilitario, el país, la parentela, la casa y los ganados; precisamente en gracia a esa obediencia pertenecemos a la fe de Abraham nuestro padre. 

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El Tabor de Jesús y el nuestro

El Tabor del Nuevo Testamento es lo que ocurre de la cruz a la resurrección y está verificado en los Sinópticos, Mateo lo llama “Transfiguración”.

Pablo no se detiene en los detalles de la transfiguración de Jesús sino en como la transfiguración puede darse en nosotros porque todo cuanto le ocurre a Jesús resucitado es pensando en el humano. “Y nosotros todos, reflejando con el rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su imagen con esplendor creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor”. (2 Cor. 3,18).

Quien actúa la transfiguración en nosotros es la acción del Espíritu por el bautismo como don que nos transforma interiormente pasándonos del egoísmo a la libertad del Espíritu para servir a los demás; esta es nuestra la experiencia de Dios, experiencia de la fe como don de Dios.

¿Qué le ocurrió a Pedro?

Pudo haber sido que Pedro todavía ignoraba la resurrección de Jesús por no creerle a María Magdalena; prefería seguir viviendo en la religión, la belleza del sitio, la paz y la compañía. Pedro es un poco ignorante porque dijo que haría tres tiendas, sabiendo que le dirían que hiciera cuatro para tenerlo en cuenta a él por la propuesta. Cuando Pedro estaba pensando el cómo de la propuesta recibió otra más humana de parte de Dios para todos: “Este es mi Hijo muy querido en quien tengo mi complacencia. Escúchenlo”. Para quitarles el temor de la misión, Jesús se acercó, los tocó y les dijo: “Levántense, no tengan miedo” (Evangelio).

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 El envió a la llanura olvidada

“Cuando bajaron a donde estaba la gente se acercó un hombre, que se arrodilló ante Jesús, diciendo: ¡Señor, ten compasión de mi hijo que tiene ataques y está muy mal!, lo he traído a tus discípulos, pero no han podido sanarlo. Jesús ordenó salir al demonio y éste salió del muchacho, que sanó en el acto. Ustedes no han podido expulsarlo porque tienen poca fe; si tuvieran una fe del tamaño de un grano de mostaza… nada les sería imposible, dirían a esta montaña, trasládate allá y se trasladaría, nada les sería imposible”. (Mt 17,14-20)

Así terminó la trasfiguración de Jesús, en la escucha de la palabra para ir al servicio de los hermanos, los discípulos, que estaban sufriendo en la llanura por no poder curar a un muchacho con un mal invasivo y a su padre de la desesperación. Desde entonces el Tabor no puede seguir estando arriba sino abajo en el servicio a los que sufren, con la misma compasión que Jesús tuvo como experiencia de la fe que sana de inmediato. (Mt 9,18). De Tabor en Tabor, de experiencia en experiencia, de fe en fe, nos acercamos al último Tabor como don del Espíritu del Resucitado a la vida eterna por haber sido solidarios. “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para Ustedes desde la creación del mundo. (Mt 19,34)

 

Lecturas del domingo 2º de cuaresma - ciclo a

Domingo, 8 de marzo de 2020

Primera lectura: Lectura del libro del Génesis (12,1-4a)

Salmo: Sal 32,4-5.18-19.20.22

Segunda lectura: Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 8b-10)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

 

Palabra del Señor

 

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