El momento actual requiere de líderes íntegros que no busquen beneficios personales sino bienestar colectivo para mejorar la educación en el país.
La multitudinaria asistencia a las marchas de es las últimas horas sin duda representa una excelente oportunidad para abordar de manera colectiva, y desde las diferencias, la discusión sobre el modelo de educación que requiere el país y la manera como debe financiarla. Respuestas que no solo deben venir del Gobierno o del Congreso, sino que deben consultar las propias voces de la academia, cuyo eco aún se escucha por las calles de las diferentes ciudades del país.
Es la oportunidad para poner a conversar a los expertos de las universidades públicas con los de las privadas, a los estudiantes que sueñan con un país más incluyente y menos desigual, a los profesores que con su discurso construyen cada día una manera nueva de afrontar la realidad, pero además a la sociedad entera que siempre tiene algo que decir y aportar, aunque no siempre sabe cómo ni cuándo expresarlo.
Oportunidad para que los gremios y el sector productivo se comprometan en la búsqueda de alternativas de financiación de la educación que superen la beca puntual y la formación de mano de obra calificada. Solo los países en los que la industria ha respaldado las políticas públicas de formación han dado el verdadero salto cualitativo como naciones. El momento actual del país requiere formar ciudadanos críticos y responsables, capaces de gestionar un cambio desde lo cotidiano, para que al fin podamos poner todo el talento en construir un mejor futuro para todos.
Por eso es también la oportunidad para los partidos y los líderes políticos, para todos y desde todas las orillas, de pasar de los eslóganes y las frases de combate a las propuestas racionales y realizables que garanticen más y mejor educación, que es otra manera de llamar al futuro mejor y más equitativo que reclama el país. Voces necesarias que implican superar las barreras del lenguaje y de los egos para construir desde la diferencia y fortalecer liderazgos plurales, más que mecenazgos.
Mientras ello no ocurra, seguiremos siendo víctimas de los oportunistas que se roban la vocería en la plaza pública para reclamar como propia una expresión espontánea y colectiva. Políticos de carrera que ven en cada conjunto de personas un potencial de votos, en cada cámara que apunta una imagen publicada y en cada crítica al gobierno de turno un clamor por su presencia. Oportunistas que en el fondo celebran que no haya recursos ni cobertura para poder ganar adeptos insatisfechos y tener motivos de contradicción.
Son los mismos que se apropian de la decencia y las buenas maneras políticas como expresión suya y exclusiva, los que se sienten con la autoridad de descalificarlo todo y a todos, si no les hacen el eco y no comparten su visión. Demócratas que se sienten felices de serlo para compartir las ideas de quienes piensan como ellos pero se vuelven energúmenos frente a la equivocadísima opinión contraria.
Hoy el país, todo, tiene la oportunidad de desenmascarar a los oportunistas y ponerlos a trabajar en la construcción de ideas y de caminos que nos permitan avanzar de verdad; la oportunidad de reformar las leyes y los mecanismos para mejorar la calidad y la cobertura de la educación, no en contra de las universidades privadas ni de los gremios de la producción, sino en un escenario amplio y creativo que construya con distintos tonos. Si en ese camino nacen nuevos liderazgos o se consolidan antiguos, si nuevos líderes encuentran espacio, bienvenidos: aprovechen la oportunidad, sin oportunismo.