Juan Luis y el doctor Aguirre son ejemplos vivos de lo mejor de esta tierra. Son referentes de lo que somos como sociedad, como de la buena sociedad que somos
Hace poco más de dos años le pregunté a Rafael Aubad, entonces presidente de Proantioquia, qué le hacía falta a Medellín y a su aglomeración metropolitana para superar las desigualdades e inequidades acumuladas durante décadas, pese a los indicadores de calidad de vida que se han logrado en los últimos años.
Sin pensarlo mucho lo dijo: “Nos hacen falta más referentes cívicos”.
Me explicó, entre muchas otras cosas, la importancia de haber tenido en Medellín un capital social inmenso y una capacidad de liderazgos colectivos que se fundaron en un amplio diálogo social y una apuesta por la planificación de largo plazo.
Me acordé de esa conversación con Rafael Aubad por dos razones, ambas unidas en el tiempo reciente: los 60 años de Eafit, con un hombre inspirador en su rectoría, Juan Luis Mejía; y por los 35 años de servicio en el Hospital Pablo Tobón Uribe de un hombre con alma de ángel, Andrés Aguirre.
Juan Luis y el doctor Aguirre son ejemplos vivos de lo mejor de esta tierra. Son referentes de lo que somos como sociedad, como de la buena sociedad que somos, y en ambos aflora un liderazgo capaz de transformar las dificultades en oportunidades y mejores tiempos.
Creo que Aubad tenía razón: tenemos que recuperar el inmenso capital social que construimos en los momentos más aciagos de nuestra historia reciente. Cuando, en vez de huir con sus riquezas y capacidades a otras tierras, un amplio espectro de empresarios decidió quedarse y poner el pecho, mientras los narcos ponían bombas en discotecas o debajo de los puentes. Cuando una ciudadanía atrapada en la violencia salió organizada a defender sus derechos y a cambiar sus realidades.
Se nos olvidó lo que significaron para nuestra historia los aprendizajes alcanzados en la Consejería Presidencial para Medellín.
Ese patrimonio lo recuperaremos si somos capaces de darles espacio a esos líderes cívicos que se difuminaron cuando el ejercicio de lo público los invisibilizó, por no decir que los sacó del camino.
Ese capital social acumulado por años nos lo hemos ido gastando a una velocidad tal que ahora nos mantenemos en sentido de urgencia. Todo está sobre la marcha. Nos acostumbrados a vivir de sobresalto en sobresalto y bajo la rapidez del olvido.
Se nos olvidaron nuestras grandes hazañas con la misma velocidad con que olvidamos a quienes las gestaron. Estamos confinados porque el miedo sigue siendo una poderosa arma contra la libertad. La potestad, que es lo mismo que el poder, hace rato pasó por encima de la autoridad, que es lo más parecido a la libertad. El poder usa el miedo, pero la autoridad, la capacidad para autorregularse. El exceso de poder es dictadura. El exceso de autoridad es una contradicción, porque ésta ayuda a crecer al que está debajo de quien la ejerce.
Esta pandemia no sólo nos ha puesto en sentido de urgencia, sino, y quizás lo más valioso, a hacer urgente un cambio de rumbo. Pero no un cambio por el cambio y sin rumbo definido, sino al camino que trazaron hace algunas décadas esos líderes cívicos y esos liderazgos colectivos, de los que Juan Luis Mejía y Andrés Aguirre son vigentes estandartes.
Está demostrado que la política, hoy más que nunca, necesita de la ciencia y del conocimiento como instrumentos esenciales del cambio que demandan los nuevos tiempos de la política, de la buena política.
Tenemos que traer a pesos de hoy la valiosa herencia que nos dejaron, entre muchos otros, Gilberto Echeverri Mejía y Beatriz Restrepo, y que con tanta dedicación y cuidado han multiplicado Juan Luis, Andrés Aguirre y mi gran amigo y maestro Rafael Aubad.
Si bien es cierto que lo único que cambia el mundo es la conciencia individual, esa capacidad humanizadora que habita en cada uno de nosotros, también necesitamos de esos referentes y esos liderazgos que aparecen y brillan cada vez que sentimos que todo está perdido. Por fortuna, todo está para salir adelante y, sobre todo, sentirnos libres.