De la furia a la confianza

Autor: Pbro. Emilio Betancur
14 septiembre de 2019 - 07:30 PM

La fiesta comprendió además el cambio de la imagen justiciera de Dios por la de un Dios Padre compasivo, con entrañas de misericordia y humano

Medellín

La parábola es una forma poética de catequesis y un recurso pedagógico para enseñar; no se usa mucho en la predicación por ser ésta doctrinal y no requerir ni siquiera de ejemplos. La parábola es un relato en el que siempre sucede algo que llena el corazón de gozo por lo encontrado o concedido: “veo que este es un pueblo testarudo, voy a descargar mi furor contra ellos, y de ti voy a hacer una gran nación. Pero Moisés desarmó la ira del Señor diciéndole ¿Por qué Señor vas a descargar tu furor contra tu pueblo, el que sacaste de Egipto con mano fuerte y gran poder? Acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac e Israel; jurando por tu vida tu les prometiste que les darías una descendencia como las estrellas del cielo. Entonces el Señor se conmovió y no le aplicó al pueblo el castigo anunciado” (primera lectura)

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En la Nueva Alianza, Nuevo Testamento no hay que luchar tanto para calmar la furia de Yahvé, porque el Señor ha confiado en nosotros, por el bautismo, como confió a Pablo, el servicio de transmitir la experiencia de la fe; a pesar de los obstáculos de la vida anterior. “Pero nuestro Señor tuvo compasión de mí, que no tenía fe y no sabía bien lo que hacía. Y en un derroche de generosidad me dio la fe y el amor que me hicieron cristiano”. Lo mismo ocurre en nosotros por el bautismo. Sabemos, por experiencia lo que nos reitera Pablo: “Si vino para salvar a los pecadores yo soy el primero. Si tuvo compasión de mí fue para mostrar toda la grandeza de su corazón; y yo sirviera de ejemplo a todos los que hayan de creer en Él con miras a la vida eterna” (segunda lectura).

Una fiesta amistosa e incluyente

Ni la oveja extraviada entre cien, ni la moneda perdida entre diez, tampoco el hijo desagradecido son otros sino nosotros. ¿Quiénes somos entonces? El hijo mayor que por celos no logró arruinar la compasión de su padre.

La alegría particular de las tres parábolas no sería completa si solo “le volviera el alma al cuerpo” al pastor de la oveja perdida, a la mujer de la moneda de plata embolatada o al Padre por el retorno del hijo; sin incluir a los que en ese momento de infortunio se compadecieron. La fiesta fue amistosa, comunitaria e incluyente. La invitación decía: ¡Que alegría encontré la oveja que se me había perdido! ¡encontré la moneda que se me había perdido! ¡encontré al hijo mío que estaba muerto y resucitó! ¡estaba perdido y lo encontramos!” La fiesta comprendió además el cambio de la imagen justiciera de Dios por la de un Dios Padre compasivo, con entrañas de misericordia y humano que nos trasforma interiormente en hijos de Dios.

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Tenemos un corazón de escriba y fariseo

La acción interna del Espíritu por el bautismo fue lo que no aceptaron los escribas y fariseos en relación con la inclusión de los pecadores en la comunidad   por parte de Jesús. Todos llevamos en el corazón un escriba por el apego a la ley, un fariseo por la falta de la compasión como amor entrañable al servicio de los demás, como le ocurrió a Pablo. Estas parábolas más que explicarlas hay que dejarlas que hagan eco en el interior del creyente para que transformado el corazón de los responsables de la proclamación de la palabra y de quienes la reciben. Cuando las parábolas se exceden en explicaciones entorpecen la escucha que es lo que transforma, alegra el corazón y nos mantiene en paz, signo de la muerte-resurrección de Jesús en nuestro interior.

¡Oh Dios crea en mi un corazón puro! (Sal 50).

 

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