La decisión sobre Cañafisto está sustentada en una evaluación miope espacial y temporalmente, concentrada en una porción limitada del territorio
En compañía de amigos y familiares, visité en Semana Santa la espléndida Central Hidroeléctrica de Sogamoso. Nos atendió su director, el ingeniero Juan Esteban Flórez, dueño de un soberbio conocimiento en la amplia variedad de temas a su cargo y de una exquisita y natural cortesía. Hay muchas cosas de qué maravillarse en Hidrosogamoso: la imponente presa, casi al borde de la carretera; el hermoso embalse, propicio al desarrollo de actividades turísticas y recreativas, en fin, la majestuosa casa de máquinas que aloja en su interior de apabullante pulcritud los equipos de generación de última tecnología y los repuestos requeridos para atender cualquier contingencia.
Hidrosogamoso entró en operación comercial en diciembre de 2014, pero parece que hubiera estado allí desde siempre, tan profundamente integrada está a su entorno natural y social. Los impactos ambientales de las hidroeléctricas se producen fundamentalmente durante la fase de construcción. Prácticamente ya no hay huellas de materiales de excavación, de cobertura vegetal arrancada o de residuos de elementos de construcción. Los campesinos desplazados de las tierras anegadas están ya instalados en sus nuevos predios y sus nuevas viviendas, considerablemente mejores que las abandonadas. La carretera Barranca-Bucaramanga tiene ahora mejores especificaciones y un par de imponentes túneles construidos por Isagén como parte de las obras complementarias de la Central. Centenas de personas de la región tienen ahora empleos dignos, de calidad, bien remunerados. Los municipios del área de influencia y la Corporación ambiental se benefician ingresos equivalentes al 6% del valor de la energía generada por los 820 MW de potencia de Hidrosogamoso, construida siguiendo el Protocolo Sostenibilidad de la Asociación Internacional de Hidroeléctricas, que supera los estándares del País y el cual ha sido adoptado voluntariamente por Isagén.
Por eso sorprende que la Agencia Nacional de Licencias Ambientales, en enero de 2017, haya negado en segunda instancia la licencia ambiental para el proyecto de Cañafisto, argumentando la pérdida de terrenos de bosque tropical seco, a pesar de que Isagén se comprometía a reforestar tantas o más hectáreas con las mismas especies arbóreas. El bosque tropical seco del Cañón del Cauca está desapareciendo desde hace muchas décadas, antes de la llegada de EPM, con Hidroituango, y de Isagén, con Cañafisto. Contrariamente a lo que creen los técnicos de la Anla, la mayor esperanza de preservar ese bosque está en los programas de reforestación a los que se comprometen las empresas en sus planes de manejo ambiental que hacen parte de la licencia.
Desde hace años cunde en Santander la alarma por la desaparición de la Ceiba Barrigona, especie endémica de este departamento. Pues bien, el plan de manejo ambiental de Hidrosogamoso contempla un vasto programa de reforestación con Ceiba Barrigona que seguramente permitirá que las generaciones futuras puedan disfrutar de este majestuoso árbol. Debo aquí mencionar el noble y desinteresado trabajo de mi amigo el empresario Juan Diego Restrepo y su familia, quienes desde hace varios años están comprometidos, por medio de la fundación que lleva el nombre de su finado hijo, Federico Restrepo Carvajal, en plantar esta noble especie en lo que han querido llamar El Valle de los Barrigones, en las alturas del Cañón del Chicamocha.
Actualmente la inversión en mitigación, compensación y recuperación de los impactos ambientales y sociales de los proyectos hidroeléctricos alcanza el 20% de la inversión. Esos montos de inversión y el mero paso del tiempo hacen que al cabo de unos pocos años los impactos negativos desaparezcan y prevalezcan los beneficios. Una vez en operación, los proyectos hidroeléctricos son amigables ambiental y socialmente. De esto pueden dar testimonio las gentes de Santander, que hoy están orgullosas de su Hidrosogamoso, y los habitantes de las regiones donde están instaladas las hidroeléctricas que abastecen normalmente el 70% de la demanda del País.
Se equivocan los técnicos de la Anla si creen que al impedir la construcción de Cañafisto se garantiza la preservación del bosque tropical seco del Cañón del Cauca y de las especies que lo habitan. De lo que sí hay certeza es que esa decisión producirá una serie de impactos ambientales negativos en otros sitios, otros tiempos y sobre otras personas. Colombia necesita la energía que ya no producirá Cañafisto. Si en ese mismo sitio se desarrolla, como lo ha sugerido en gerente de Isagén, Ingeniero Fernando Rico, un proyecto de presa más baja de unos 270 MW, el País habrá perdido irremediablemente 666 MW de su potencial hidroeléctrico. Si la Anla niega la licencia del Cañafisto Pequeño, se perderán los 936 MW del proyecto original. De alguna forma habrá que reemplazar esa generación y cualesquiera sean las alternativas, no estarán libres de impactos. La decisión sobre Cañafisto está sustentada en una evaluación miope espacial y temporalmente, concentrada en una porción limitada del territorio, una pequeña fracción de la población y un horizonte de unos pocos años.
Con esta decisión el ambiente gana poco o nada, el País pierde mucho y se fortalecen los ambientalistas radicales, como los de “Ríos Vivos”, que hostigaron sin tregua el desarrollo de Amoyá, El Quimbo y Sogamoso y que actualmente la emprenden contra Hidroituango. Sorprendentemente, la creciente hostilidad contra la hidroelectricidad ha provocado escasa o nula reacción en los medios, la dirigencia política y empresarial y la opinión pública en general, como si creyeran que la electricidad de que disfrutan en sus hogares y negocios cae del cielo. Tal vez por eso, ni siquiera en Antioquia, se han escuchado voces contra la decisión de la Anla, convirtiendo a Cañafisto en una frustración silenciosa.