Abundan entonces las frases lapidarias minuciosamente elaboradas que son a su vez reproducidas con singular entusiasmo
Dentro del amplio espectro de sandeces y barbaridades que circulan por las redes sociales, hay personas que tratan de sobresalir en medio de esa manigua aportando frases célebres, aforismos, consejos y reflexiones revestidas de “inteligencia”.
Es un club variopinto en tanto las creencias determinan el tono y las temáticas. Así, usted encuentra frases y aforismos religiosos, filosofía popular, veganos, racistas, ambientalistas, culteranos, en fin, que exhiben sus verdades y su sabiduría como espadas.
Abundan entonces las frases lapidarias minuciosamente elaboradas que son a su vez reproducidas con singular entusiasmo por los admiradores y admiradoras de quien las ha concebido.
Algunas son de autor anónimo, por ejemplo: “la ignorancia es temporal, la estupidez es para siempre”. “si yo fuera tú, me enamoraría de mi”, “un optimista es un pesimista con experiencia”.
Otras son engendros infames que le atribuyen sin ninguna responsabilidad a escritores o pensadores de renombre. Hay que ver la mar de estupideces que circulan por ahí con la firma de García Márquez, Gandhi, Nietzsche, Einstein, sin que ellos tengan la culpa desde luego.
No podemos olvidar a los “críticos”, aquellos que cualquiera sea la afirmación, el logro, la cifra, la dicha que alguien exhiba, tienen siempre un pero que restriegan sin conmiseración cargados de conocimiento y de justicia. Un alcalde de alguna población perdida en el mapa anuncia que consiguió por fin los 230 millones que necesitaba para terminar la carretera, y el crítico salta diciendo que ese dinero habría solucionado el hambre de 100.000 niños pobres.
Otra especie de esta fauna está integrada por los fanáticos del “todo tiempo pasado fue mejor”. Abominan el presente y les aterroriza el futuro. Son insatisfechos eternos.
Leí alguna vez de Savater un texto en el que criticaba a “los denostadores de la trivialidad de las diversiones audiovisuales modernas – los cuales parecen suponer que antes de inventarse la televisión todo el mundo pasaba su tiempo leyendo a Shakespeare, reflexionando sobre Platón o interpretando a Mozart…”
El tema tiene que ver en serio, con un fenómeno que están abordando estudiosos desde diferentes disciplinas, a propósito de los estragos cognitivos que desencadena el uso de la web. Sleepy Hollow, citado por Nicholas Carr en Superficiales (Taurus 2011) dice que no hay en la internet ningún lugar tranquilo donde la contemplación pueda obrar su magia restauradora. Recalca además que se vive allí solo el zumbido de la urbe, una agotadora y constante distracción que termina acallando toda forma de pensamiento más tranquilo, “una lenta erosión de nuestra humanidad”.
Hace referencia a un estudio del Instituto para el cerebro y la creatividad de la USC en el que se demuestra como entre más distraídos nos volvemos, menos capaces somos de experimentar las formas más sutiles y más claramente humanas de la empatía y la compasión por ejemplo.
Mete miedo todo esto, ¿cierto?