Entró en circulación un nuevo libro que profundiza sobre los efectos nocivos del clientelismo sobre la democracia en Colombia.
En la actual coyuntura de la política colombiana en la que el presidente Iván Duque se está atreviendo a revolcar, despolitizar o desclientelizar las relaciones con los congresistas, y cuando el término mermelada sigue de moda en el país, en plena campaña para los comicios territoriales, aparece una nueva publicación que pone un primer plano y se mete en las entrañas de lo que ha sido y aún es el llamado clientelismo político.
“Clientelismo en Colombia” es el título del libro y es un nuevo aporte de quien es hoy otro muy distinto Armando Estrada Villa al político de las décadas de los año ochenta y parte de los noventa del siglo pasado, cuando junto al jefe liberal en Antioquia de esas épocas, Bernardo Guerra Serna, practicaron desde el poderoso Directorio Liberal de Antioquia el más clásico ejemplo de clientela política y electoral. Es un retrovisor aceptado por el mismo Armando Estrada, pero eran otros tiempos.
Y el tiempo pasó y pese a que el clientelismo no ha sido extirpado de las costumbres políticas criollas, el que sí cambió por completo su modo de ver la política, es el propio Estrada Villa hoy convertido en doctor en filosofía y magíster en estudios políticos, en analista y comentarista escuchado y leído y en profesor universitario en la Facultad de Derecho de Unaula.
Junto a su colega académico William Cerón Gonsález, este último apellido con s y no con la acostumbrada z, se dedican a exponer unos de los principales problemas que afecta a la democracia nacional, departamental y municipal, con sus nefastos efectos políticos, económicos, fiscales, administrativos, sociales y culturales.
Ante esas consecuencias negativas del clientelismo, Armando Estrada reconoce, como lo hacen la mayoría de observadores de la política nacional, que el presidente Duque está en lo cierto y en lo correcto, porque el clientelismo, llamado hoy metafóricamente mermelada, le ha hecho enorme daño al país.
Por efectos del clientelismo y la mermelada, precisó, el Congreso pierde autonomía y se convierte en subalterno del gobierno y tiene que aprobar todos los proyectos de ley que le radican.
Lea: “Uno no puede ser blandengue”
Pero a la vez el gobierno también resulta menguado en sus capacidades, porque pierde independencia en el manejo del presupuesto y para la integración del gabinete de colaboradores, toda vez que de un lado tiene que atender las reclamaciones que hacen los políticos y de otro lado las solicitudes para la destinación de los cupos indicativos que antes se llamaban auxilios parlamentarios.
Así es que el clientelismo perjudica a uno u otro órgano del poder público y eso hace que la división de poderes, que es un elemento clave en la democracia, desaparezca, advierte el autor.
Recalca que en una relación política clientelar tanto el uno como el otro, Ejecutivo y Legislativo, pierden autonomía, toda vez que los congresistas se dedican a complacer al gobierno en la aprobación de proyectos de ley y en no adelantar un verdadero control político, mientras que la administración se dedica a atender las solicitudes presupuestales de los congresistas y las hojas de vida para nombrar a los recomendados.
Al final de crea una gobernabilidad no sobre la seriedad de un gobierno y sobre el cumplimiento de sus promesas, sino montada sobre hojas de vida y sobre peticiones de auxilios que hacen los congresistas, que a su vez atienden todo lo que el gobierno requiera.
Costos del clientelismo
También para Armando Estrada el presidente de la República tiene la razón en “desmermelar” las relaciones con el Congreso por otra poderosa razón y es el elevado costo de los cupos indicativos.
Recordó que el excontralor Edgardo Maya Villazón presentó antes de concluir su periodo un informe en el que los cupos indicativos significaron 56 billones de pesos durante los gobiernos reelegidos de Álvaro Uribe Vélez y de Juan Manuel Santos.
Si alguien se preocupara en hacer un seguimiento a la forma como se destinaron o se emplearon esos billonarios recursos públicos, seguramente encontrara que fue en despilfarros, en obras mal programadas y sin planificación y lo peor en abrir la puerta a la corrupción.
Por ejemplo, dice Estrada V., el senador Jorge Enrique Robledo explica muy bien en su libro “La corrupción en el poder” la forma como opera la corrupción en los cupos indicativos.
Relata en esa obra que el congresista visita a un alcalde y le plantea que le lleva 1.000 millones de pesos de cupos indicativos para ver en qué se pueden destinar. El alcalde le sugiere que en una escuela y el político exige que él pone el contratista y que si necesita licitación, pues hay que amañarla para que se la gana su recomendado. Y tanto al alcalde como el congresista se llevan su respectiva comisión, lo que hoy se denomina por la Fiscalía como la mermelada tóxica.
Estrada Villa explicó que con este nuevo libro, de su ya muy interesante colección de publicaciones tras su tránsito de político activo a académico y analista, lo que buscan con su colega Cerón G. es profundizar en torno a los afectos del clientelismo y de qué manera afecta los recursos públicos, la competencia política, la forma como los partidos se desdibujan al dedicarse más que todo a ver de qué manera obtienen recursos del presupuesto público.
Esta investigación, dijo, complementa y amplia en la literatura política colombiana otras obras que se han hecho sobre el clientelismo en Colombia por parte de varios autores, como por ejemplo, los trabajos de Fernando Cepeda Ulloa para demostrar la corrupción que origina el clientelismo, o los de Víctor Manuel Moncayo en torno a los perjuicios que causa al Estado.
“Nosotros lo que pretendemos es hacer entender los efectos nocivos y los grandes perjuicios que tiene el clientelismo y lo que hoy en lenguaje coloquial llaman mermelada”.
El exministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, fue el que acuñó el término mermelada, cuando hablando sobre la repartición de las regalías, dijo que había que esparcirla por toda la tostada.
Hoy lo que pasó con clientelismo y mermelada fue que se esparcieron hacia el argot político como sinónimos, porque se establece una contraprestación entre el Gobierno y los congresistas, y también entre éste, que dispone de mermelada, es decir, de puestos públicos y cupos indicativos, con sus votantes o la clientela que tiene en los diferentes municipios y regiones.