Hay que advertirle a los administradores del equipo que nuestra esmerada paciencia de seguidores del santo Job, el de la Biblia, se debe al sentimiento por el DIM y no por una verdulería como creen ellos
“No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.”
Este proemio es la última estrofa de un virtuoso soneto considerado entre los más bellos poemas de la lengua castellana que comienza rezando “No me mueve, mi Dios, para quererte/ el cielo que me tienes prometido,/ ni me mueve el infierno tan temido…..”. Aunque ya se reconoce como anónimo, ha sido atribuido por su misticismo a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, entre otros.
Como antes de mis más rancias memorias afectivas he estado deliberada y conscientemente enajenado por el Deportivo Independiente Medellín, no pude evitar apropiarme de esta mística y bella alegoría del amor desinteresado para un fin más prosaico, pero no menos sublime, porque mi afición por este equipo de fútbol es tan inefable y prístino que sobrepuja mi formación racionalista, mi prudente desconfianza epistemológica y mis cálculos materialistas.
Nunca me he preguntado por qué y para qué quiero al DIM; pero ahora que se me ocurre, la respuesta sólo puede ser una: yo quiero al DIM porque sí. Y punto. O porque sí. Y qué. Es decir, por sí mismo. Sin justificación. Sin explicación. Sin interés. Y, en general, así somos todos los que hemos hecho profesión de fe por el DIM sin propósito de enmienda ni contrición de corazón, sin apego a los resultados y sin vergüenza por el embelesamiento.
¿Cómo no evocar el amor puro del poema místico cuando se escucha el “…ya no me importa que estés arriba para quererte glorioso DIM….”, cantado a grito limpio y con fervor sagrado por las fanaticadas de la “Rexistenxia” y de la “Putería roja”? ¿Cómo no pensar en la dejadez altruista de la estrofa cuando, más en serio que en broma, decimos que somos hinchas del Medellín aunque gane?
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Este bendito sentimiento, propio de un fiel y constante concubinato, ha sido puesto a prueba en largas vedas de los placeres orgásmicos que produce la conquista total y en satisfacciones a medias porque nos mantenemos casi siempre con la punta a punto. Aunque pocas veces escanciamos en Copas orejonas el perlático y anisado elixir de la victoria, nos mantiene entonados su perfume. Con todo y ello, ahí seguimos sin rumiar derrotas, con la esperanza en flor; siempre tan ilusionados y optimistas, que al comienzo de cada temporada repetimos ritualmente y con sincera convicción, “este año sí”, como una especie de confirmación bautismal de la esperanza.
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Pero en el fondo de nuestro amantísimo y rojo corazón mantenemos el resguardo del que se sabe bueno pero no tonto. Por eso hay que advertirles a los administradores del equipo que nuestra esmerada paciencia de seguidores del santo Job, el de la Biblia, se debe al sentimiento por el DIM y no por una verdulería como creen ellos y que la fuerza pura de nuestra afición es a la vez la medida de su legitimidad, su fortaleza o su desgracia. Su sentimiento tasado en costos de verduras y legumbres, no es igual al nuestro, mucho más cercano a lo que expresa otra estrofa del mismo poema místico que cito como adolorido epílogo:
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.