Cuba debe pagar un precio por su complicidad en la comisión de un nuevo gran crimen contra los colombianos y contra el Estado colombiano.
El comunicado del Eln reivindicando la matanza de los jóvenes cadetes de la policía en Bogotá no solo es chocante, no solo es una provocación: es la segunda parte, la continuidad más desvergonzada, de ese atentado.
Los cabecillas del Eln quieren travestir lo que han hecho: convertir la carnicería del 17 de enero en un “acto de guerra” limpio, casi quirúrgico y hasta “lícito”. Hasta proponen realizar un “debate político”, como si fuera aceptable, sobre la sangre de las víctimas, discutir con el gansterismo.
Lo que proponen es, desde luego, un acto demente y deshumanizado. Es la racionalidad de un fósil de la guerra fría, de un animal petrificado en su perversidad. Es la postura de un grupo de asesinos desesperados, comunistas y fascistas a la vez, que no logran, con su extrema violencia, abrirle paso a sus ideas. Que no logran que su basura ideológica tome fuerza en el “seno del pueblo”.
Ese comunicado es una declaración de guerra contra el presidente Iván Duque. Quieren ponerlo a prueba. Quieren ver de qué madera está hecho. Quieren saber si resistirá y luchará contra la nueva ofensiva desatada o si, por el contrario, se inclinará ante ellos, a corto y mediano plazo, como hizo Juan Manuel Santos ante las Farc.
Consecuente con su doctrina de que “quien la hace la paga”, Duque adoptó una posición firme. Declaró sin valor los pretendidos “protocolos” secretos firmados por el gobierno de Santos y ratificó que ese papel, que está lejos de ser un “instrumento internacional”, no podrá amparar al terrorismo. Y pidió la deportación a Colombia de la veintena de jefes del Eln escondidos en Cuba. Interpol sabrá qué hacer con cada uno de ellos si los encuentra en un aeropuerto extranjero.
Ante el repudio masivo, unitario y nacional contra el Eln y su atentado del jueves en las manifestaciones del domingo, los cabecillas del Eln tratan de mostrar la cobarde eliminación de 20 jóvenes como una acción “lícita”. Invocan un lunático “derecho de la guerra” que blanquearía los ataques terroristas. Eso es falso. Ese “derecho” no existe.
En el comunicado utilizan el truco principal de todos los violentos: culpar a la víctima e inocentar al agresor. Tras la devastadora explosión creen indispensable redoblar el horror con nuevas amenazas.
Ese comunicado deja ver que el viejo Eln ya no existe; que lo ha reemplazado una nueva organización --nebulosa hacia fuera, pero muy real entre ellos--. El comunicado del Eln habla del “comandante Alfonso Cano”, ex cabecilla de las Farc, muerto en combate con el Ejército. El Eln oculta las condiciones de la muerte de Cano para presentarlo como un mártir. Esa actitud revela que hubo una fusión de direcciones, aparatos, metas y hasta de mitos y patrones. Confirma que hubo, ciertamente, entre las Farc y el Eln, con la venia de Cuba, un acuerdo secreto de integración y reparto de tareas estratégicas, durante el encuentro Gabino-Timochenko, en abril de 2015, en medio de las negociaciones Farc-Santos en La Habana.
Es importante constatar otro detalle importante: el Eln lanzó su comunicado dos días después de que el gobierno cubano le respondiera al presidente Duque que no capturará ni deportará a Colombia a los jefes del Eln.
Antes de reivindicar ese crimen, el Eln verificó si tenía o no el respaldo claro de los jefes del castrismo. La decisión negativa de Miguel Díaz Canel y Raúl Castro muestra al gobierno de Cuba como cómplice de la atrocidad cometida el 17 de enero en Bogotá.
Duque tiene que sacar las conclusiones de ese hecho político y diplomático. Estamos ante una evidente coparticipación de Cuba en un atentado gravísimo en Bogotá. Al negarse a capturar y deportar a Colombia a los jefes de la organización criminal que cometió el atentado, al proteger directamente a esos delincuentes, Cuba muestra que hace parte de esa operación.
Cuba debe pagar un precio por su complicidad en la comisión de un nuevo gran crimen contra los colombianos y contra el Estado colombiano.
No tomar medidas contra la desafiante postura de los jefes de un Estado terrorista, debitaría enormemente, y a largo plazo, la posición de Colombia en la defensa de la democracia y en la lucha contra el tráfico de drogas a nivel mundial.
En el homenaje religioso a las víctimas del atentado, en la catedral de Bogotá, el presidente Duque declaró: “Unidos seremos más, unidos seremos más fuertes (...) una nación que se mantiene unida derrota cualquier adversidad”. En efecto, líderes de los partidos de gobierno y de la oposición, exceptuando el senador castrista Gustavo Petro, estaban allí para deponer por un instante sus diferencias, repudiar el atentado y respaldar la toma de medidas contra el Eln.
Iván Duque no puede escapar a esa responsabilidad y quedarse en declaraciones. Sin una reacción drástica de Colombia, como sería una nueva ruptura de relaciones diplomáticas, con retiro de sus agentes y espías del territorio patrio, Cuba se verá con las manos libres para hacer lo que quiera con sus sicarios de siempre, el Eln y las Farc. Se sentirá obligada a aumentar la utilización de esos aparatos de muerte como instrumento de extensión de su influencia. La libertad de Colombia depende de que se haga respetar de sus enemigos y de sus éxitos en la lucha efectiva contra el expansionismo cubano.