Los votantes entendieron que en la segunda vuelta el papel del ciudadano es elegir entre uno de dos finalistas.
Con una votación general sin diferencia significativa entre la primera y segunda vuelta en la elección presidencial, y a pesar de haber sido enarbolado por el tercer candidato en votación en la primera vuelta, el voto en blanco pasó de 341.087 votos el 27 de mayo, cuando representó el 1,76% del total de votos, a 808.368 votos, o sea el 4,2% en la jornada del 19 de junio.
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El resultado del voto en blanco, e incluso el mínimo cambio en la abstención, a pesar de haberse iniciado el Mundial de Fútbol y las vacaciones escolares, revela a una ciudadanía que comprendió la diferencia entre la primera y la segunda vuelta en la elección presidencial, siendo aquella la oportunidad de participar en la selección de los dos finalistas que se disputarán la primera magistratura votando a quien es más afín a las ideas propias. Así las cosas, los votantes entendieron que en la segunda vuelta el papel del ciudadano es elegir entre uno de dos finalistas, que fue lo que hicieron los votantes y lo que explica el crecimiento en los votos obtenidos por los candidatos Iván Duque y Gustavo Petro.
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La movilización de votantes y líderes políticos que construyeron acuerdos con aquel candidato que encontraron más afín a sus ideas o estilo desvirtuó la actuación de los abanderados de votar en blanco en la segunda vuelta a fin de crear un hecho de opinión, carente de efectos jurídicos y sin impacto político presente, aunque sí con pretendido significado hacia elecciones futuras. En su afán, estos personeros convirtieron al centro en un extremo incapaz de dialogar y buscar acuerdos, que, consecuentemente, se enfrentó con los candidatos que abajaron sus posiciones buscando consenso con quienes no les habían votado en la primera jornada.
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Las ocurrencias en torno al voto en blanco en las elecciones presidenciales, que incluyen la inscripción de promotores del voto en blanco, exótica figura, demandan decisiones de orden legal que subsanen los notables vacíos detectados en la concreción de este importante medio de expresión de la voluntad ciudadana, sobre todo en elecciones presidenciales.
Para todos los comicios parece necesario revisar la figura de “promotores del voto en blanco”, creada en la reforma política de 2010, dada la incoherencia que surge al permitir, y financiar, a grupos políticos que pretenden apropiarse de una figura propia de la democracia, pero ajena a los partidos y movimientos políticos que por esencia están buscando el poder. Que un número ilimitado de movimientos o partidos políticos pueda inscribir el voto en blanco genera el riesgo de tener tantas casillas para esa opción como las que tuvo Nicolás Maduro en su reelección, generando confusiones en la ciudadanía.
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Dada su escasa ocurrencia en las elecciones presidenciales, son notorios los vacíos en la reglamentación del voto en blanco para estos comicios. Ello significa que se debe aclarar que en la primera vuelta es un candidato más que para ganar, o sea para que sea necesario repetir el proceso electoral en esa instancia, necesitaría la mayoría absoluta, o sea la mitad más uno de los votos. Para la segunda vuelta puede ser uno de dos candidatos si ha obtenido el primero o segundo lugar, conduciendo a que su victoria en esa instancia imponga la repetición de todo el proceso electoral. En ese marco, tiene razón el magistrado Armando Novoa cuando reclama que en el tarjetón de segunda vuelta no coexistan el voto en blanco y dos candidatos presidenciales, que son los finalistas legítimos escogidos por el pueblo en la primera jornada de la elección de presidente de la República.
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