Es posible que muchos no se hayan dado cuenta, no lo saben, pero están todos tan atados como los dos ladrones, o tan clavados como Jesús, y desde luego como San Pedro
Aprovechemos la semana santa y con todo respeto por Jesús de Nazaret, hablemos de los crucificados de hoy.
Es posible que muchos no se hayan dado cuenta, no lo saben, pero están todos tan atados como los dos ladrones, o tan clavados como Jesús, y desde luego como San Pedro -el primer Papa que por cierto era casado (como los fueron todos los Papas durante los primeros siglos)-. El Imperio Romano lo crucificó en esas terribles épocas de la persecución a los seguidores de Jesús, de Cristo, esa época de la vivienda en las catatumbas, de los cristianos echados a las fieras en el Circo.
Un crucificado no puede irse, no puede usar sus propias manos para liberarse de una cruz que durante horas ya había cargado encima. Aunque a veces ayudado por Simón de Cirene, un buen amigo, y finalmente ajustado a ella, sin modo de liberarse, en aquella montaña del Gólgota, que al fin y al cabo es igual a cualquier otra, y a cualquier calle de nuestro mundo de hoy.
A los crucificados, por hermosos y cuidadosos de su porte que sean, siempre se les acaba por caer la cabeza, inclinándose hacia el frente y hacia un lado.
Les queda difícil ver quién viene por allí, quién les va a arrebatar el instrumento (telefónico…) ni quien los sigue por detrás, con esas u otras intenciones, ni si viene un carro, una moto, o una cicla cuando van a cruzar calles.
Claro es más importante lo que les están proponiendo –así sea falso o artificial- que cuidar su vida para atravesar una esquina que puede ser la de la muerte. El orden de los factores SÍ altera el producto, No lo contrario que fue lo que dijo aquel sabio griego matemático A.C.
Pero, ¿será posible liberarse de algo a lo que uno está atado? Amigos que van con la novia acarician más el aparatico que la chica. Amigas que olvidan el churro con el cual caminan y clavan su pupila en uno que aparece entre redes…
No olvidaré la única vez que fui al Teatro J.M. Santo Domingo, a una entrega de premios de periodismo y no pude ver a los premiados porque estando en segunda fila en balcón, la gente de la primera fila, que estaba delante de mí, mantuvo sus celulares alzados frente a sus caras durante toda la noche. ¿Filmando? -No hablando con su interlocutor preferido, seguramente prohibido en su casa. Nadie decía nada. Aburrida acabé refugiándome en un baño, desde allá se alcanzaba a oír el parlante del escenario. Ah, jamás volví a ese lejano lugar, pues se gasta más tiempo en ir y venir que en el espectáculo. Así me invite el elegante exdiplomático director. ¡Ah! También tuve la terrible experiencia de subir en el ascensor para lisiados, éste se desfondó y quedamos presos en el sótano, hasta que apareció un celador cargado de llaves que nos abrió. Y me imagino me llevó cargada, al piso que me correspondía y que no resultó. ¡Ciao!
Muy bonito que queramos imitar a Jesús en su calvario, y su subida al Gólgota, ojalá encontremos como encontró Él, a alguien que le ayudó a cargar su Cruz y a una Verónica de pañuelito en mano que le secó la cara de sangre, sudor y lágrimas, y nos guardó su rostro en su pañuelo.
Y así, en el Gólgota donde estaba prohibida la subida a las mujeres, iban contraviniendo leyes nada menos que su Madre María, y la amiga María de Magdala. Más el discípulo amado, Juan.
Hagamos esta Semana Santa un “camino de la cruz”: Si hemos olvidado lo que pasó allí.