Estamos viviendo el costo de aceptar la corrupción en los partidos políticos, que desde hace años se convirtieron en “empresas electorales”
Es lamentable la crisis que en materia de moralidad pública estamos atravesando los colombianos, la pérdida de valores y el poder que han adquirido el enriquecimiento fácil y la cultura de la corrupción en todos los sectores y niveles de la sociedad, situación crítica que debe generar las condiciones para que entre todos construyamos un nuevo entorno social, en el que la Universidad, está llamada a llevar el liderazgo y a tomar la palabra.
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Avanzando con paso firme el proceso de paz en Colombia, la agenda nacional debe ocuparse de temas esenciales como la construcción de democracia de participación y las transformaciones del modelo económico y social; pero, la base de ese modelo debe partir de la existencia de una sociedad comprometida con principios y valores, en los que la moral pública sea determinante.
La situación del país nos impone a todos la tarea de reconstrucción del tejido social, y de exigir cuentas a los partidos políticos que durante muchos años nos han gobernado, pues a cambio de favores y beneficios personales, han perdido su identidad, le han cambiado sustancialmente el sentido a la actividad política y han capturado para si todas las instancias del Estado.
Cuando se habla de corrupción en organismos de control y en organismos judiciales, y más aún cuando las personas asumen estos temas como naturales y propios de las relaciones económicas y sociales, pero además cuando la cultura anticorrupción se convierte en una simplemente proclama o bandera electoral de unos cuantos, tenemos que reconocer que las estructuras básicas de nuestro modelo están fallando.
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Estamos viviendo el costo de aceptar la corrupción en los partidos políticos, que desde hace años se convirtieron en “empresas electorales”, en las que verdaderos inversionistas capturan los asuntos públicos y los manejan como simples asuntos privados.
Quienes durante años terminaron con la ideología política y fundaron el “clientelismo” como forma de ser y de existir de los partidos no saben el enorme daño que le han causado a la sociedad, pues ello ha sido el punto de partida de la mutación de valores, ya que los móviles de la actividad política han dejado de ser la búsqueda de la construcción de una sociedad mejor para todos, para convertirse en una bolsa de reparto de beneficios a unos cuantos.
Haber reducido la actividad política al reparto de puestos y contratos y haber terminado con el sentido ideológico de los partidos, juntamente con la financiación privada de las campañas electores constituyen parte fundamental del origen de la crisis que estamos atravesando.
Estar por cerca de cuarenta años en asuntos académicos en concurrencia con otros propios de la administración pública y después de convivir con un sinnúmero de compañeros y alumnos he podido concluir que es en la Universidad donde se conocen las mejores personas y en donde con mayor intensidad se viven los problemas sociales.
Es hora de mirar a la Universidad, de buscar en el sector académico y en el entorno de la investigación científica y social, los líderes que deben promover las decisiones que se nos recomiende a los colombianos, y, así como se habla de hacer circunscripciones electores para quienes jamás han estado representados, debería también darse la oportunidad para que sectores de universitarios que no han estado en el Gobierno, ni tienen pretensiones de poder o apetito burocrático, nos ayuden a reencontrar el camino, que sin duda hace años hemos abandonado.
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No se trata simplemnte de llevar los académicos al gobierno y mucho menos a las corporaciones públicas, se trata de dejarlos en su escenario natural “la universidad”, pero generar las condiciones adecuadas para que puedan opinar y presentar recomendaciones sobre el camino que debe adoptar la sociedad colombiana, y sobre los mecanismos que deben utilizarse en la construcción de una verdadera democracia, soportada en la equidad, el respeto, la prosperidad de todos, la moralidad pública y la dignidad humana.