La más significativa muestra del fracaso del neoliberalismo es la alarmante desigualdad por la concentración de los ingresos y la riqueza en todo el mundo, principal combustible de las regadas manifestaciones de protesta social.
El fracaso del neoliberalismo es incuestionable. El modelo se vendió en las décadas de los 70 y 80 como una alternativa al agotamiento del modelo proteccionista exitoso a mediados del siglo XX, promovido, entre otros, por el inglés Jhon Keynes y puesto a prueba en EEUU con ocasión de la recordada crisis económica o de la gran recesión. El concepto de Keynes era el de estimular la demanda agregada como el eslabón clave para dinamizar la economía, mediante la generación de empleo e ingresos para las personas. El esquema se consolidó en países como el nuestro con la adopción de medidas económicas proteccionistas por parte del Estado, al establecer aranceles altos a los productos provenientes del exterior, decretar subsidios o beneficios para los empresarios locales y hacer del mercado interno el principal destino de los productos, bienes y servicios, resultantes de las distintas actividades productivas.
Lea también: Trump y el miedo al socialismo
Apareció entre nosotros la llamada apertura económica a fines de la década de los 80 como expresión del cambio de modelo, forzado desde los centros de pensamiento norteamericanos, las agencias financieras transnacionales y los gobiernos de EE.UU. e Inglaterra, con el argumento de que la globalización de la economía sería fuente de mayor crecimiento y desarrollo, empleo y prosperidad. Hubo reducción de los aranceles o impuestos a los productos provenientes del exterior y las estanterías de los almacenes y supermercados se llenaron de mercancías de afuera del país. Se creyó que lo mismo ocurriría en otros países con los productos nuestros y nos llenamos de Tratados de Libre Comercio o TLC en aras de reducir sustancialmente el desempleo, incrementar la productividad, mejorar la competitividad y desatar la prosperidad. Muy poco de ello ocurrió, casi nada.
La apertura económica se aplicó de tajo, de una. Pilló a la mayoría de empresas nacionales con serias obsolescencias productivas, rezagos e ineficiencias. Cerraron sus puertas y apagaron sus motores grandes factorías dedicadas a abastecer las necesidades del mercado local, generadoras de miles de empleos decentes, formales y decentes: Coltejer, Tejicondor, Fatelares, Vicuña, Telaraña, Simesa, Everfit, etc. En Medellín, el apagón de estas y otras empresas se tradujo en una crisis social aprovechada por el narcotráfico para erigirse como una alternativa de ingresos para muchas personas en la ciudad.
Hoy es posible evaluar el impacto del neoliberalismo en Colombia y el mundo. Desde hace varios años la balanza comercial del país o la relación importaciones y exportaciones es deficitaria, negativa, o sea, importamos más de lo que exportamos, compramos más de lo que vendemos, lo cual incide negativamente en las cuentas nacionales; el desempleo, variable macroeconómica que con terquedad merodea el 10% desde hace más de 10 años, no refleja algún vigor de la economía; lo mismo el comportamiento de sectores esenciales como la agricultura que hace 22 años de representar el 22,30% del PIB cayó al 6,30% y la industria manufacturera , en igual periodo, cayó de 21,10% del PIB al 10,90%.
Le puede interesar: Las apuestas riesgosas de Duque
Pero la más significativa muestra del fracaso del neoliberalismo es la alarmante desigualdad por la concentración de los ingresos y la riqueza en todo el mundo, principal combustible de las regadas manifestaciones de protesta social que a diario observamos en las pantallas de la TV o los titulares de prensa. El renombrado economista francés Thomas Picketty establece una relación causa efecto entre las muestras de inconformidad ciudadana y la desigualdad, ver Portafolio diciembre 8 de 2019. El economista demuestra en su último libro “Capital e Ideología” (Ariel, 2019) que el incremento de la vergonzosa desigualdad coincide con la consolidación del modelo neoliberal en la economía y el derrumbamiento del modelo de la Unión Soviética, con el argumento generalizado por sus promotores de que la desigualdad no es solo natural, sino necesaria, auspiciados por pensadores como Francis Fukuyama quien sostenía que “el derrumbe del comunismo eliminaría el último obstáculo que separaba al mundo de su destino de democracia liberal y economía de mercado”. Hoy están en cuestión la democracia y el mercado.