El régimen, tan repudiado afuera y aparentemente arrinconado adentro, ha sabido resistir (hay que admitirlo) la embestida de la oposición en ambos frentes.
Todas las ultimas, diversas elecciones, y en general los sondeos de opinión, dan a la oposición venezolana una amplia mayoría. Tanto más ahora que cuenta con Guaidó, el líder carismático que faltaba. Figura nueva que congrega y no divide, con la ventaja añadida -inestimable en política- de no tener pasado, como los demás cabecillas de su lado, susceptibles todos de ser cuestionados por los yerros mayores o menores en que todo aquel que incursiona en política fatalmente incurre, por escrupuloso y atento que sea, dado el trasegar accidentado, plagado de obstáculos y trampas que conlleva ese oficio. Pues todo líder o aspirante a serlo, por cubierto que se crea, actúa desnudo ante el ojo escrutador de sus semejantes, que acaban conociéndole sus vicios y secretos tanto como sus virtudes. Vicios y virtudes comunes a la especie humana, pero que en el conductor de masas son más visibles, dado que su vocación consiste en seducir a los demás para que lo sigan y acoliten, con lo cual también se expone a que lo examinen y valoren, para bien o para mal.
A Guaidó todavía no se le conoce su cara oculta, como a todo el que recién aparece en estas lides. Pues toda figura pública tiende a esconder su lado flaco, sus faltantes, que no revela por simple precaución o pudor. En cambio las falencias de Maduro, su rival, son públicas, cada vez más ostensibles e imposibles de disimular, dado su tamaño, y el de su portador por supuesto.
Así como ningún ejército puede mantenerse en pie de lucha por más tiempo del que su tesón lo permite, una fuerza política tampoco puede batallar indefinidamente, y menos en situación de desventaja, sin un desenlace que al menos se vislumbre como probable. Pues en algún momento vendrá la fatiga o el desaliento. Guaidó fue la luz que hace 3 meses súbitamente iluminó el panorama, a la sazón brumoso e incierto. La oposición, hasta entonces aletargada, despertó y lo rodeó como si se tratara de un mesías, el salvador mismo de la leyenda bíblica, que llegaba no para ser vencido y muerto sino para erradicar el mal, encarnado en Maduro, y así rescatar a Venezuela. Mas aquello que se vivió como un sueño se fue desvaneciendo, no por fallas de la oposición interna, que actuó con presteza y sentido de la oportunidad, mostrando temple y disposición al sacrificio -como quien se juega el todo por el todo- consciente de que si perdía ese lance, le costaría muy caro, pues arriesgaba no sólo el triunfo, o sea el poder, sino la libertad personal misma. Y a la inversa también: todo el que sirva al sátrapa y se aposente también en el antro de corrupción en que terminó convertido el régimen chavista, sabe que lo menos que le espera, a él y a los altos jerarcas militares y civiles, es un juicio ejemplarizante dentro o fuera de su país, y la condigna cárcel. De ahí que hoy se resistan y defienden con uñas y dientes, sin ceder en nada, pues en lance tan decisivo lo que se gana o pierde es todo.
El régimen, tan repudiado afuera y aparentemente arrinconado adentro, ha sabido resistir (hay que admitirlo) la embestida de la oposición en ambos frentes. Últimamente, dando muestras de paciencia y contención, calculando desde luego que su enemigo se desgasta en esta morosidad o larga espera, Maduro y sus áulicos parecen recuperarse. Porque en un duelo o trance semejante, la indefinición, la demora en resolverse , favorece al gobierno, que apenas con no moverse y seguir al mando que viene ejerciendo así sea precariamente (todo ello sin que se altere mucho la correlación de fuerzas existente) dicho gobierno así luce más fuerte que la contraparte , y pareciera estar ganando. El tiempo, cuando se prolonga más de lo debido, juega a favor del bando que se resiste. Es una ley de la guerra, y de la acción política también.