La advertencia es sobre la peligrosidad de medicamentos u otros productos no aprobados para prevenir o tratar el covid-19.
En primer lugar, enfrentamos una enfermedad infecciosa viral que no tiene comparación en la historia de la humanidad. Se comenta acerca de la Influenza española, pero estamos hablando para ella de un planeta de hace más de 100 años: sin conocimiento de las enfermedades, sin tratamientos ni medicamentos, sin atención organizada en salud o emergencias, sin redes de comunicación, sin vuelos internacionales. Apenas estamos aprendiendo ahora de este virus SARS-CoV-2 (de la enfermedad covid-19), a pesar que tenemos abundante información de dos coronavirus, relacionados pero diferentes del actual, que afectaron el oriente hace casi 20 años: el SARS-CoV (enfermedad SARS, predominantemente en China) y el MERS-CoV (enfermedad SERS, predominante en el oriente medio). Hoy, a pesar de mucha más investigación y conocimiento médico que hace 100 años, apenas llevamos tres meses intentando entender mejor el virus, como nos enferma y sobre todo como controlarlo.
Para esto, debemos apoyarnos en la investigación en todas sus formas, la básica del laboratorio y la aplicada en los pacientes; la que aparece diariamente de este SARS-CoV-2, pero también la que sabíamos de sus parientes anteriores SARS-CoV y MERS-CoV. Con todo eso, la investigación no es tan rápida como la velocidad de transmisión del virus, por lo que los médicos e investigadores de todo el mundo estamos tratando de hacer lo mejor posible y de tomar decisiones en un mar de incertidumbre. Por ese contexto de información insuficiente e incompleta, lleno de angustia en donde el virus ya está desbordado y de miedo en donde apenas lo estamos recibiendo, es que diversas asociaciones de especialistas, universidades y centros académicos, hospitales e instancias gubernamentales y no gubernamentales; con base en los mismos resultados de investigación, pero con interpretaciones diferentes, hacen recomendaciones de cuidado y tratamiento para estos pacientes contradictorias, confusas y a veces en cierta forma, peligrosas.
Lo cierto es que hoy, 27 de marzo, por la noche cuando escribo esto, no estamos seguros que ningún medicamento, sustancia, molécula o producto biológico nos sirva para hacerle un tratamiento curativo a las personas con la infección. Es probable, tenemos la esperanza, que en uno o dos meses podamos decir algo diferente porque hay innumerables investigaciones en curso, pero al día de hoy no hay resultados concluyentes. Tenemos algunas suposiciones, algunas más confiables que otras, pero no podemos asegurar con certeza que actualmente podemos suministrar un medicamento preventivo o curativo para esta enfermedad. Parece, por ejemplo, que la mayoría de las infecciones causadas por el virus son bastante simples; como decir que, de cada 10 pacientes infectados, 7 u 8 seguramente sienten algo similar o menor que una gripa común que no necesita nada diferente de acetaminofén. Simplemente los aislamos en su casa para que no contagien a los demás, y porque no podemos predecir con exactitud cuáles de los 10 infectados serán los dos o tres que se compliquen y necesiten hospitalización o, mucho peor, tratamiento en una unidad de cuidados intensivos (UCI).
Para esos pacientes que necesitan hospitalización, que ciertamente son los que más nos preocupan, es que se están proponiendo diversos medicamentos; con base en consideraciones acerca de su uso seguro hace muchos años para otras enfermedades, la evidencia indirecta de eficacia en otras infecciones o en estudios de laboratorio, la aparición reciente de pequeñas investigaciones en humanos con covid-19, la necesidad urgente de ofrecer un tratamiento a estos enfermos y, sobre todo, la sensación angustiosa que si no formulamos algo quiere decir que no estamos haciendo nada. Esto último es lo potencialmente peligroso, porque todo medicamento y toda intervención, incluso no farmacológica, lleva siempre un balance de riesgo/beneficio.
Cuando estamos seguros que el beneficio supera ampliamente el riesgo de un medicamento, un delicado balance que puede variar para cada persona, no tenemos dudas que hacemos lo mejor al prescribirlo a nuestros pacientes. Cuando, en cambio, el riesgo puede ser mayor de lo esperado o simplemente desconocido, la decisión de formular una droga debe sopesar demasiados factores y en muchos casos debería, incluso, ser una decisión consensuada con el paciente y sus familiares.
Para la pandemia actual se mueven con fuerza en el mundo muchos tratamientos y medicamentos potencialmente útiles o al menos prometedores, pero entre todos parecen ser más populares en los últimos días tres de ellos: la Cloroquina, un viejo tratamiento para la malaria inicialmente derivado de la corteza del árbol Chinchona del Perú; la Hidroxicloroquina, un más reciente derivado químico del anterior que además de antimalárico es un reconocido tratamiento para algunas enfermedades reumatológicas como la artritis reumatoidea y el lupus; y la Azitromicina, un antibiótico usado para el tratamiento de algunas infecciones respiratorias por bacterias. Con los resultados de las investigaciones que tenemos a la fecha, retomando todos los elementos que expliqué anteriormente, no podemos decir que estos medicamentos, ni solos ni en combinación, sirvan para la cura temprana del coronavirus, para salvar vidas de pacientes o reducir su tiempo de hospitalización o necesidad de UCI, para controlar la pandemia, para hacer a los pacientes menos infecciosos o para prevenir la infección en aquellos que no la han adquirido. No lo sabemos.
Peor aún, desconocemos en los pacientes con covid-19 el balance riesgo/beneficio de estas intervenciones; porque en la población en la que comúnmente se formulan los medicamentos sabemos que se puede presentar, infrecuentemente por fortuna, afecciones de la retina y del corazón, pero no sabemos su ocurrencia en los pacientes con covid-19. El problema cardíaco es el más preocupante, porque aunque sea inusual puede conducir a muerte súbita y los pacientes con covid-19 parecen tener una mayor afectación de su corazón, lo que incrementa el riesgo complicaciones y los haría más susceptibles a los medicamentos con potencial de cardiotoxicidad.
Hoy sabemos mucho y poco, de la mesa del laboratorio a la cama del paciente, acerca del virus y cómo enfrentarlo; pero la racionalidad de un pensamiento científico y la dedicación absoluta al bienestar de nuestra gente, nos debe permitir preservar nuestra máxima Primum non nocere.
* Las opiniones expresadas acá corresponden a mis apreciaciones como médico, docente e investigador. No representan una posición oficial de la Universidad de Antioquia ni de la OPS.
Fabian Jaimes B. MD. MSc. PhD, médico especialista en medicina interna de la Universidad de Antioquia; magister en epidemiología clínica, de la Pontificia Universidad Javeriana; doctor en epidemiología de enfermedades infecciosas, de la Johns Hopkins University; profesor titular del Departamento de Medicina Interna de la Universidad de Antioquia y consultor de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).