La protesta social es un derecho de todos, no una exclusividad de la izquierda. Ni los abucheos, ni la lluvia de huevos, califican de vandalismo tan siquiera. De ahí no se debe pasar.
El enorme rechazo que están experimentando por todo el país los criminales de las Farc se debe, simple y llanamente, a que ellos llegaron a un espurio acuerdo de paz con el gobierno corrupto de Juan Manuel Santos, pero no con el pueblo colombiano. Por eso, hablar de reconciliación no solo es apresurado sino que es como hablar de unicornios y pegasos: las Farc no han pedido perdón, no han reparado, no han ido a la cárcel por sus horribles crímenes. El proceso pasó por encima de las víctimas y fue rechazado en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Luego, ¿no es mucho cinismo esperar que estos bandidos fueran recibidos con pétalos de rosas?
Se siguen equivocando las Farc de cabo a rabo. El asesino Catatumbo pide que los instigadores de las protestas sean castigados. La Fiscalía se arrodilla y anuncia investigaciones y condenas. No obstante, la protesta social es un derecho de todos, no una exclusividad de la izquierda. Ni los abucheos, ni la lluvia de huevos, califican de vandalismo tan siquiera. De ahí no se debe pasar, pero es un asedio y un repudio tan entendibles como merecidos. Nadie instiga estas protestas, es el resultado de un rechazo generalizado, como cuando la comunidad sale a linchar a un violador —que eso son los de las Farc, violadores— o a hacer justicia por mano propia con un fletero, un pobre diablo en comparación con estos terroristas.
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Creían que la Historia los absolvería y que la gente los trataría como próceres, pero ahora están viendo la realidad. Timochenko no suspende la campaña porque haya riesgos serios contra su integridad sino porque no tiene sentido seguir enfrentando ese desprestigio colosal y ese asco que sienten por él los colombianos. Iván Márquez ni siquiera pudo presentarse en el Caquetá, su propia tierra, el mismo día que Álvaro Uribe encabezó una concentración multitudinaria. Tendrán que contentarse con las 10 curules regaladas pues, aparte de sus propios militantes, muy pocos los votarán. Que se olviden del voto de opinión. Ahí se adivina el porqué de la insistencia en las 16 curules de las circunscripciones especiales de paz en zonas controladas por ellos, donde tienen votos seguros y no huevazos en las cabezas.
Siempre cínicos, se quejan de estas ‘violentas rechiflas’ cuando ellos sembraron gladiolos por todo el país por más de 50 años. Ellos no reventaban huevos en las camionetas, ellos reventaban camionetas a punta de ráfagas y bombas lapa. Ellos no silbaban al contrario con los labios, eran sus balas las que silbaban en un recorrido de muerte. Eso sí era violencia. Lo de hoy es sanción social.
Lo único que se pierde con la suspensión de la campaña de Timochenko es que dejará de ser el títere que encarna el peligro del castrochavismo, liberando a otros del peso de cargar ese inri, como a Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Humberto de la Calle, figuras que verdaderamente podrían constituir el gobierno de transición que esperan las Farc. Claro que Petro no sería propiamente de transición; él representaría la llegada del comunismo al poder, y bien sabemos que cuando esta gente llega es para quedarse.
Todo esto explica el deseo de las Farc de reescribir la historia, de aparecer como víctimas, de endilgarle culpas al Estado, al paramilitarismo, a la sociedad civil. En eso son muy hábiles. Para la muestra, basta ver en lo que han convertido la conmemoración de los 15 años del atentado terrorista al Club El Nogal, con la obsecuencia de los medios. Igual que en cierto momento se dejó de hablar de la toma del Palacio de Justicia cometida por el M-19, para referirse solo a la ‘retoma’ por parte del Ejército, ahora se le quiere voltear la torta al bombazo del Nogal atribuyéndole culpabilidad al Estado con argumentos canallas como que allí se celebraban reuniones de alto nivel del gobierno, que la ministra de Defensa de la época dormía en el Club poniendo en riesgo a todo el mundo, que tal vez Mancuso también se alojaba allí y otras lindezas por el estilo.
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Las Farc son unas pobres víctimas siempre, la prueba es que miles de peligrosos ciudadanos quieren matar a estos adalides de la paz a punta de madrazos. ¿Qué tal? La verdad es que ellos sembraron huracanes, y ahora recogen lo que se merecen.