EL MUNDO habló con académicos que apuntaron al desinterés por la ética como uno de los aspectos que contribuye en mayor medida a la acogida que presenta la corrupción en algunos sectores de la sociedad colombiana.
Las declaraciones del exgobernador de Córdoba, Alejandro Lyons, en entrevista con la W Radio, revivieron el debate sobre corrupción y la aparente asimilación que la sociedad colombiana ha tenido frente a este delito.
Lyons, quien declaró su participación en apropiación de recursos provenientes del Sistema General de Participaciones y de los destinados al tratamiento de la hemofilia en su departamento, dedicó los primeros cuatro minutos de su intervención radial a excusarse con sus familiares, amigos, electores y a señalar sus actuaciones como errores del pasado que obedecen a la inmadurez y a la idea que ha hecho carrera de la corrupción como parte normal del sistema.
El filosofo Eufrasio Guzmán señaló que casos como el de Lyons son muy comunes en Latinoamérica, donde la estructura mental es propensa a justificar las infracciones, “lo que uno ha observado es que en ocasiones hay emulación acerca de quién es capaz de ir más lejos evitando las consecuencias legales y quien se ve sorprendido se cura en salud haciendo arrepentimiento público y declaraciones que en el fondo responden a una estructura anímica en la que estamos dispuestos a cometer infracciones mientras no nos descubran”.
Por su parte, el profesor Memo Ánjel apuntó a la idea de “el vivo vive del bobo” como uno de los elementos que ha permitido en mayor medida la idea que se ha tenido de la corrupción como un asunto cercano a la normalidad y agregó que “algo que también se ha vuelto normal es que quien se ve sorprendido atravesando la barrera de lo justo apele a figuras como la familia o la religión para obtener el beneficio de quienes ha defraudado y escapar de alguna forma a la sanción social”.
Frente a temas como los denominados carteles de la toga, la hemofilia, la contratación y casos de corrupción como el de Odebrecht, cuya influencia se ha extendido por Latinoamérica, Guzmán apuntó a la necesidad de construir una ética publica y una ciudadanía basada en la idea de la responsabilidad, “actuar de tal manera que mi norma de conducta se pueda llegar a convertir en una norma universal de forma que todos actuemos de manera correcta frente a la ley y así evitar la destrucción del bien común”.
El planteamiento de Guzmán va en consonancia de lo expuesto por el profesor Hernán Mira en su columna en EL MUNDO, titulada Cartel de la toga y familismo y donde plantea que el análisis hecho por quien está a punto de cometer un acto de corrupción se centra en estudiar si puede ser o no atrapado y sancionado, y no en la posibilidad de lograr mayores beneficios colectivos renunciando al beneficio menor que es el individual.
Guzmán concluyó señalando que los hechos de corrupción que se han conocido en Colombia dan cuenta de una erosión colectiva, “hay una destrucción de los mínimos de la ética porque en un país donde se dan casos como el cartel de la hemofilia, el robo de las meriendas escolares o se le da la Bienestarina a los cerdos, hay una inhumanidad que muestra que hasta la vida dejó de ser importante y eso guarda una relación muy grande con la influencia que tuvo el narcotráfico en la vida nacional”.