Convicciones ciegas

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
26 abril de 2018 - 12:10 AM

Nos debemos tomar muy en serio e ir a fondo en la tarea que ha tenido siempre el intelecto en su combate contra el oscurantismo, el fundamentalismo y la irracionalidad ciega.

 

 

Las convicciones duras, las creencias cerradas, las mentes aferradas a ideas sin evidencia alguna que las valide son, sin lugar a dudas, el material más importante, el reto decisivo para el periodismo crítico e ilustrado, el obstáculo y el acicate más retador para la educación abierta y con énfasis en la racionalidad y la argumentación.

Los espíritus cerrados, inmunes a las críticas, los ciudadanos de creencias férreas sin disposición alguna a examinar sus puntos de vista serán por siempre el material de los maestros, el objetivo de los intelectuales y la labor de un periodismo comprometido con los valores de la ilustración y de la modernidad. Quienes hablan de posverdad como aceptación de un relativismo extremo, quienes denigran del proyecto de la modernidad y hablan con cierta ligereza de posmodernismo y fracaso de la ilustración quieren el camino fácil de aceptarlo todo sin luchar, sin esforzarnos por encontrar explicaciones o, simplemente, se han cansado de replicar, de exigir buenos argumentos.

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El clima que vive el país por la contienda electoral para la Presidencia, lo que países vecinos viven en el día a día, se presta para que triunfen el cansancio y la sensación de derrota y fracaso. La semana pasada me conmovieron los testimonios de dos grandes investigadores de brillante trayectoria y al mismo tiempo columnistas de gran experiencia, ambos hacían el gesto de tirar la toalla y dedicarse o a escribir su propias memorias o dejar de poner el ánimo en el debate público; yo comprendo las posiciones Salomón Kalmanovitz y Mauricio García pero ese desaliento momentáneo solo es expresión de que nos debemos tomar muy en serio e ir a fondo en la tarea que ha tenido siempre el intelecto en su combate contra el oscurantismo, el fundamentalismo y la irracionalidad ciega.

Mientras más empinada es la cuesta, mayores los obstáculos, más elementales y fieros los asideros del dogmatismo con mayor impulso hay que hacer el trabajo. Es una cuestión de supervivencia. En la desaparición de muchas sociedades, la extinción de culturas llenas de ricos simbolismos y riqueza expresiva, seguramente se podrán detectar desajustes en relación con el medio ambiente, pugnas feroces por el poder y casi con absoluta seguridad la claudicación de los individuos que debían con sus mentes producir los ajustes y generar los cambios de perspectivas en esas sociedades que llegaron a su fin.

Un caso muy emblemático, ya estudiado por el colega Juan Guillermo Gómez, es el de la Alemania del siglo pasado y allí se habla con franqueza y minucioso examen de la traición de los intelectuales; quienes tenían precisamente la responsabilidad de levantar la cabeza y señalar el horizonte prefirieron encerrarse en atavismos y hacer de su claudicación personal su propia fiesta íntima, su fuego fatuo de luces opacas mientras asistían a la estruendosa caída de proyectos sociales basados en el autoritarismo. Thomas Mann, Oswald Spengler o Stefan Zweig prefirieron encerrase en la crítica a la democracia, la idea de la decadencia total o la nostalgia pacifista antes que asumir tareas que seguramente parecieron titánicas.

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Nuestras naciones latinoamericanas viven un pulso histórico extraordinario y están ante el dilema de sucumbir a los populismos de un extremo y otro o en el momento de erguirse y mirar su futuro fuera de los lugares comunes que indican que un conductor de bus como Maduro o un sindicalista extraviado en las mieles del poder como Lula puedan seguir definiendo la ruta y, tampoco, menos, es el momento que hombres públicos con las actitudes de capataces de latifundios definan la suerte de millones de ciudadanos que nos merecemos algo mejor que otro siglo de soledad.

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