En la noche de este martes se cumplirá el primer año de la tragedia aérea que desencadenó en la muerte de 71 personas, en cercanías del municipio de La Unión.
“Esto no se olvida. Es muy difícil pasar la página y todos los días duelen las heridas que quedaron de aquella noche”, afirmó la controladora aérea Yaneth Molina un año después de la tragedia del Chapecoense.
A la colombiana con 23 años de experiencia en salas radar le tocó vivir los últimos momentos de la tragedia del Avro RJ85 de la aerolínea boliviana LaMia, con 77 pasajeros: entre ellos jugadores del club de fútbol brasileño Chapecoense y varios periodistas.
Ocurrió el 28 de noviembre a las 10:15 p.m. Sobrevivieron los jugadores Alan Ruschel, Jakson Follmann y Helio Neto; el periodista Rafael Henzel y los tripulantes Ximena Suárez y Erwin Tumiri.
Chapecoense viajaba a Medellín para jugar con Atlético Nacional el primer partido de la final de la Copa Sudamericana.
La aeronave se estrelló en Cerro Gordo, colina situada a cinco minutos de vuelo o 17 kilómetros del aeropuerto José María Córdova, y en cuya torre de control estaba Molina.
“¿Por qué esto me tocó a mi? Creo que fue una prueba de Dios”, dijo Molina al evocar los tristes hechos que, a su juicio, también la convirtieron en “una víctima más” del fatídico vuelo 2933.
!Quedé como en la mitad de la tragedia porque horas después fue divulgado mi nombre, sufrí señalamientos, amenazas. Me convirtieron en centro de toda clase de hipótesis”, expresó.
Comenzó a trabajar a las 6:00 p.m., tiempo en que desde Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), partía la nave al mando del capitán Miguel Quiroga. “Si pudiera volver en el tiempo, no estaría en ese turno”, dijo.
El Avro RJ85, con autonomía de 2.965 kilómetros, emprendía un vuelo hasta Medellín de 2.973 que duraría 4 horas y 22 minutos.
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Un avión debe tener combustible de reserva para llegar a un aeropuerto alterno y estar 45 minutos más en el aire. No era este el caso pero despegó porque el piloto anunció escala a mitad del trayecto, en la ciudad boliviana de Cobija. Pero no ocurrió.
Justo cuando el avión se aproximaba a su destino, Molina activó los protocolos de emergencia para atender el pedido de aterrizaje a otra aeronave que presentaba fuga de combustible.
Para entonces el capitán de LaMia urgía la misma pista pero no había declarado la emergencia que le hubiera dado prioridad.
“La tripulación no me dijo nada. No entiendo por qué se quedó callada ante el grave problema que tenían. Solo más o menos dos minutos antes de la tragedia notificó la falla total”, relató.
A las 9 horas y 58 minutos de la noche se produjo la última comunicación del piloto con un pedido reiterado y desgarrador de “vectores”, que son como la ruta directa para alcanzar la pista. Pero el avión ya no estaba en el radar de la torre de control.
Quiroga no respondió más a los llamados de Molina, quien calculaba en siete minutos el tiempo que tardaría la aproximación.
“Los vectores eran el último consuelo que le quedaba al piloto, pero él no tenía radar ni navegación. Se suministran cuando se ve al avión en el radar. Yo ya no lo veía”, explicó desolada.
A la media noche Ruschel fue rescatado. Luego Follmann, Henzel, Ximena Suárez, Tumiri y Danilo, quien falleció en el hospital.
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Hacia las 6:00 a.m. del 29 de noviembre, a la hora que Molina debía terminar su turno, fue encontrado el último vivo, Helio Neto. “Todas las imágenes van y vuelven, a veces lloro, otras me contengo, las voces retumban en mi cabeza. y al final, me pregunto: Si yo hice las cosas bien, ¿qué pasó?”, manifestó Molina.
¿El avión tenía salvación? ¿Nada hubiera pasado si abastece en Cobija? ¿Cuánto tiempo necesitaba el capitán para posar si hubiera declarado la emergencia? Molina calla.
“Muchas personas no entendieron la razón de mi seguridad aquella noche. Es simple: para eso somos entrenados, es nuestra función”.
Con resignación sabe que este 28 de noviembre volverá a estar en la sala de radar. Será otra jornada de mucha emoción.
Y habrá más, pues en diciembre serán reveladas las conclusiones de la investigación. “Ese día se van a aclarar muchas cosas”, dijo.
Molina, quien ya se fundió en un “abrazo eterno” con los supervivientes y lloró ante el padre del capitán Quiroga, cree sentir una “conexión íntima” con las familias de los 71 fallecidos.
“A ellos les diría que hemos sufrido a la par todo este tiempo. Como ellos, me considero una víctima de todo este episodio que no se olvida. Los estaré acompañando siempre de corazón”, sostuvo. Como consecuencia de las acusaciones, la presión y el espanto que la acompañaron a partir de la tragedia surgió “Yo también sobreviví”, un emotivo relato escrito por Carlos Acosta, su esposo.
“Dicen que hablar ayuda. Con el apoyo de la familia encontré el camino. Y el libro fue una catarsis, la forma de exorcizar todo esto. No es fácil. Cuesta pasar la página”, puntualizó.