Esta crisis muestra muchos aspectos potentes de la naturaleza humana, la solidaridad, la generosidad, la reciprocidad y la bondad de corazón
El sentido de la esperanza en esta época es valor de sobrevivencia. Lo opuesto es lo apocalíptico. Si tú aceptas teorías de la conspiración para reducir la población humana ya todo cabe ahí, el número de nacimientos, muertes y apestados diarios y anuales, el crecimiento o decrecimiento de la población, la deforestación, la erosión, el aumento de emisiones de CO2, las desertificaciones o los químicos tóxicos liberados en el medio ambiente por toneladas. Y si miras el tema de la salud vas a encontrar que hay millones de seres humanos desnutridos otros con bajo peso y también millones de personas obesas; vas a encontrar que cualquier teoría conspirativa actúa como el psicoanálisis o el marxismo, todo lo contienen, lo explican y lo “comprenden”.
El camino del conocimiento por el contrario es más difícil y es un asidero extraordinario de la esperanza. La forma como el mundo en esta pausa ha reconocido el valor de la ciencia y de la investigación es decisivo. La ministra, que hace poco afirmaba que existían demasiados psicólogos, hoy los llama a trabajar para tratar de disminuir el componente de ansiedad que aqueja a la población.
La esperanza se funda también en datos que son visibles, costas limpias, llenas de delfines, peces y aves que las habían abandonado por la presencia sofocante de los humanos. Es un detalle. Animales silvestres deambulan por las ciudades de los hombres y eso constituye otro signo alentador.
Sólo basta observar la enorme capacidad de la especie humana para superar los momentos más difíciles en toda su historia, el terrorismo, la guerra, las epidemias y su propia condición demoledora. El enemigo lo tenemos en nuestro propio ser y se reviste de doctrinas absurdas, de falsas teorías, para escamotear el hecho indudable de que hay esperanzas para sobrevivir y que esta crisis muestra muchos aspectos potentes de la naturaleza humana, la solidaridad, la generosidad, la reciprocidad y la bondad de corazón, manifiestas en quienes hacen algo por los demás y dejan su narcisismo enfermizo para encontrarse genuinamente con el otro.
Y valga la pena mencionar el genuino encuentro con el otro señalado por Rimbaud en su poesía: “yo soy el otro”; y es que el otro se ha puesto de presente en los saludos de balcón a balcón, en los gestos elementales de poner alimento a la mano de los necesitados; pero no nos consolamos con esto. Vamos a tener que echar mano de nuestra ponderación y nuestro mayor cuidado. Se impone una redistribución de la riqueza. Y en lo cotidiano, no acaparar alimentos para no desestabilizar la producción y la circulación de los bienes; ahí tenemos el espejo de Venezuela que, ante las regulaciones absurdas del mercado por parte del gobierno, los consumidores respondieron acaparando y creando distorsiones que rápidamente destruyeron las bases de una economía de mercado saludable. O veamos signos de Palermo, Sicilia, hoy, desesperada, y la mafia ofreciendo respaldo al saqueo y la rapiña. Una cosa así será previsible en nuestra ciudad y la respuesta es la capacidad de autorregulación y redistribución, para evitar que la autodestrucción venga a confirmar las febriles teorías de los conspiracionistas y los que quieren ver genocidios en donde solamente hay descontrol, imprevisión y desorden. Sin solidaridad y autocontrol no hay esperanza.