Rompiendo récord en ventas, el día después de Acción de Gracias, conocido en inglés como Black Friday, tradición estadounidense que ha sido imitada en otras culturas como la latinoamericana, se ha convertido en un real culto al consumismo desmedido, una de las principales consecuencias de la modernidad y del desenfrenado afán de las personas por cada vez tener más posesiones materiales y bienes innecesarios.
La adicción a poseer, la atracción hacia lo material, están desencadenando una serie de conflictos y provocando que las sociedades y los núcleos familiares se separen más y se concentren sólo en obtener más dinero que es el que da el poder adquisitivo para un nivel de vida confortable. El individualismo rampante está absorbiendo cualquier intento por un desarrollo integral y sostenible que propicie el bienestar común.
Sobre este fenómeno del consumismo que predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista habló Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco de origen judío que murió hace menos de un año. Entre sus propuestas, el autor dejó la teoría de la modernidad líquida en la que analizó el tema de la falta de identidad de los individuos modernos que se definen según la tendencia del consumo.
Lea sobre las teorías de Bauman y el sentido
En su libro Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias, Bauman propuso el surgimiento de una nueva pobreza y de los desechos humanos, como resultado de la globalización y los flujos de poblaciones que deben migrar buscando mejores opciones de poder adquisitivo y supervivencia, dejándose tentar y contagiar por las exigencias de los nuevos entornos a los que llegan, cada vez más contaminados por el materialismo y las apariencias.
El consumismo es una de las evidencias más claras de la humanidad sin sentido de hoy, en la que el exceso de los bienes de consumo siempre será insuficiente y en la que lo importante ya no es generar una cultura ciudadana responsable sino seducir clientes, comprar y asegurar afectos y relaciones.
Vale la pena recuperar el verdadero sentido del consumo sin desperdicio, de lo que realmente es necesario y suficiente para una supervivencia saludable, sin perder la posibilidad del placer y goce de las posesiones materiales que realmente son resultado de un proceso adquisitivo consciente y planeado, sin engaños.
Así como la gratitud es una manifestación de recoger lo que se ha sembrado y mantenido en buenas condiciones para que la cosecha sea buena, también el sentido de obtener u obsequiar algo debe ser la evidencia de una necesidad satisfecha que no necesariamente es material.
En ningún baratillo, tienda de descuentos o promoción se puede comprar el tiempo perdido, los momentos dejados de compartir con seres queridos o los afectos no correspondidos. Entre tanta oferta de objetos y tanta necesidad de reconocimiento de las personas en las redes sociales, la tendencia debería ser dedicarse más a obtener lo inmaterial y dejar de diluirse en lo superficial y líquido.
El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa a propósito del tema del consumismo habló de “la cosificación del individuo, entregado al consumo sistemático de objetos, muchas veces inútiles o superfluos, que las modas y la publicidad le van imponiendo, vaciando su vida interior de inquietudes sociales, espirituales o simplemente humanas, aislándolo y destruyendo su conciencia de los otros, de su clase y de sí mismo”.