Para muchos, comunicar es automático, inconsciente, como lo es el respirar; mientras que, en ocasiones, otros necesitan recurrir a puentes de intercambio especiales para expresarse. Con más de 90 años de trabajo por la enseñanza de personas en situación de discapacidad sensorial, la Institución Educativa Luis Hernández Betancur - Ciesor- se destaca hoy por hoy por construir tejidos, por acercar a hijos, padres y maestros a través de una lengua en común.
Para diciembre de 2014, según el Insor (Instituto Nacional para Sordos), hasta un 24.7% de la población sorda de Medellín en edad escolar no asistía a una institución educativa, en su gran parte por creerse incapacitada debido a su discapacidad. Aunque, ahora los números y la calidad educativa parecen mejorar, las personas con dificultades sensoriales siguen enfrentándose a los retos de creer en sus capacidades y expresarse frente a oyentes, sean individuos corrientes o su propia familia.
Por ello, con el propósito de propiciar el buen desarrollo de sus estudiantes sordos y acercar a este proceso a los padres de familia esencialmente, desde el 2015, el Ciesor, la Institución Educativa Luis Hernández Betancur, promueve el vínculo de la lengua de señas con el resto de su comunidad educativa; de modo que el año pasado, tras distintas transformaciones, la institución fue merecedora del orgullo de sus integrantes y de la distinción oficial de la Secretaría de Educación de Medellín con el Reconocimiento Ser Mejor 2018, en la categoría Experiencia significativa institucional en Inclusión o Convivencia.
Después de mediodía, la Institución Educativa Luis Hernández Betancur reposa en calma alrededor de las casitas de hasta cuatro pisos de la comuna Aranjuez. Detrás de la pequeña portería y a través de árboles y grupitos de gallinas, las instalaciones recuerdan la imponencia de un viejo claustro que, inmóvil e impotente, se yergue aperezado bajo el sol.
“¿Cómo no íbamos a ganar si era un proyecto de todos?”, en contraste con el ambiente sosegado del colegio y sentada bajo la sombra de un árbol, Julieta Pinto González rueda sus ojos con notable animosidad y energía.
Ella, como líder del Proyecto de lengua de señas colombiana para la comunidad educativa desde el 2015, año en el que se vinculaó a la institución, destaca el trabajo conjunto que han realizado, mediante clases personalizadas y un blog en línea, los maestros, intérpretes, padres y hasta once modelos lingüísticos que median la comunicación dentro y fuera del salón de estudio. De esta forma, la estrategia ha sido reconocida en los últimos años por distintas instituciones, entre ellas, la Secretaría de Educación mediante una distinción y un incentivo económico para mejorar el aprendizaje en las aulas y la comunicación de los estudiantes dentro de sus hogares.
“Mientras más logremos vincular a las familias, los niños tendrán una mayor calidad de vida”, aseguró Julieta. “Por eso, les damos alternativas a los padres, porque para sus muchachos es muy importante que se esfuercen y aprendan”.
Atenta a las palabras de la maestra y modelo lingüístico, Dellaney Úsuga Cardona, antigua egresada del colegio, gesticuló, dejando escapar soniditos agudos de sus labios, e intervino; pero, como si se tratase de una coreografía ensayada, Julieta no se hizo esperar y tradujo:
“Mi mamá decía que no era capaz de mover las manos y aprender, así que sólo se comunicaba oralmente y yo no entendía nada”, el rostro de la modelo se contrajo y se relajó con la naturalidad de un pez que expulsa burbujitas de su boca. “Y ver cómo estos niños tienen la oportunidad de ser entendidos en su propia lengua me hace sentir muy orgullosa de mi colegio, por eso me motivé y le insistí a mi mamá hasta que yo misma le enseñé”.
Así, en el plan de trabajo del proyecto se contemplan varios ciclos de formación a trabajar con los padres interesados: Inicial, Básico, Intermedio y Avanzado; además de procesos de enseñanza de la lengua con los niños oyentes de la institución, de modo que todos puedan convivir en un mismo espacio. Según la maestra y la modelo, dichos aprendizajes transcurren en buenos términos, aunque algunos tengan mayores o menores dificultades en aprehender la lengua; saber escuchar bajo el agua requiere de ciertas habilidades e interés.
“Este ha sido el mayor reto que he tenido como mamá, tanto por aprender la lengua como por entenderle a Miguel cuando llega a la casa”, admitió Isabel Castaño Mesa, mientras desvió su mirada hacia su hijo de 9 años. “Pero, con el tiempo, aprendí a adaptarme a él y no él a mí. Ahora, y desde que entramos al colegio y nos encontramos con Julieta, es menos complicado”, hizo una pequeña pausa, intercambió una emotiva mirada con la profesora y concluyó: “Miguel es como es por ella”.
De izquierda a derecha, Dellaney Úsuga, modelo lingüístico; Julieta Pinto, maestra y líder de Proyecto de lengua de señas colombiana para la comunidad educativa; Isabel Castaño, madre de Miguel Ángel, y Miguel Ángel Cañola, estudiante del Ciesor.
Foto de: Laura Wagner.
Aunque tuviera 20 años menos, un nombre distinto, una hoja de vida en blanco y estudiantes de felpa, Julieta Pinto González ya se creía una maestra durante su niñez; con el rigor y disposición propios de ella, enfilaba desde temprano a sus peluches para darles clases y, al finalizar los periodos académicos, planeaba las vacaciones recreativas de sus amigos en la terraza de su casa. De esta forma, para sus padres sólo era cuestión de tiempo que Yuyi, como entonces la llamaban, creciera e hiciera de su vocación una profesión.
“Ellos siempre me apoyaron y motivaron, son el amor más grande que tengo”, los grandes ojos de la mujer brillan ahora conmovidos, y finalizó: “Pero, también son el referente para lo que hago; yo les digo a los niños que pueden lograr lo que quieran, y a los padres, que deben creer en sus hijos, porque lo que quiero es que esas relaciones familiares entre ambos sean tan tranquilas que puedan tener la certeza que, de faltar los primeros, los últimos podrán seguir”.