Sin defender las teoría de conspiración, parece que el gobierno colombiano les habla a sus electores cuando se dirige a la comunidad internacional para reclamar la captura de los negociadores del Eln, a quienes no le conviene que le entreguen.
Sí, con las teorías de la conspiración pasa lo de las brujas: no hay que creer en ellas pero de que las hay, las hay. Es posible que no todo lo que ocurre en materia política tenga un entramado previo, una urdiembre que vaya tejiendo redes en las que cada movimiento genere una consecuencia previsible, pero también es verdad que cada vez es menor el espacio para la improvisación y la espontaneidad.
Así por ejemplo, mientras el país sigue debatiendo qué tan conveniente, legal, o incluso posible a la luz del derecho internacional es reclamarle al gobierno cubano la captura de los líderes del Eln, no sería raro que ellos ni siquiera estén aún en la isla. Pero además es previsible que el gobierno lo sepa.
Luego, no es por desconocimiento de los principios de derecho internacional como el pacta sunt servanda, que obliga a respetar lo acordado, que el presidente Duque apeló al ceño fruncido y la voz aguda para reclamar la citada captura, apenas unas horas después del atentado en la escuela de policía General Santander. Como no es casual que los primeros gobiernos en lamentar el ataque hayan sido los de Cuba y Venezuela, para que no los relacionen con tan reprochable hecho. Es un gesto calculado y conveniente que le ayuda a recuperar parte de la imagen perdida entre sus electores.
Más que a la comunidad internacional, al gobierno cubano o a los líderes guerrilleros, les habla a quienes lo eligieron. Muchos de ellos escuchan como melodía los clarines de la guerra. Y, dirían los defensores de la teoría de la conspiración, lo que menos le sirve a ese propósito y a esa visión de la realidad es que efectivamente el régimen cubano le entregue a los integrantes de la mesa de negociación. En ese esquema resulta mejor mantener suelto al enemigo y vivo el tema. Como a los tozudos jefes guerrilleros les conviene más un gobierno intransigente al que puedan señalar de represor y mantener la mampara de la lucha armada para conservar su actividad criminal. Una triste simbiosis que hace que se necesiten mutuamente para lograr identificación por contraste, mientras la muerte campea.
Más allá de las conspiraciones, o la injerencia de brujas, quedan muchas dudas sobre los protocolos de seguridad en la más importante academia de policía del país, no obstante los índices de criminalidad y la insistencia en que la paz es más un sueño que una realidad entre nosotros. En cambio con el comunicado de aceptación del ataque, el Eln va dejando en claro que más que un grupo son una federación de ilegales y que más que vocación de poder o modelo de gobierno los impulsa la inercia de la guerra y el negocio del narcotráfico.
Como se va imponiendo la claridad sobre el tono de la política internacional de un gobierno que no se ruboriza para desconocer compromisos de estado con la excusa de no haberlos firmado. Además de los protocolos de terminación de la mesa, que comprometen a otros estados que han sido anfitriones y garantes, se obvian procedimientos y canales para regresar a la diplomacia de los micrófonos que, aunque fastidiosa, resulta efectiva en términos de imagen y respaldos populares así no consiga los resultados que pareciera buscar. Es decir, se vuelve más importante el cómo que el qué, el tono que el contenido.
Y si se hace en coro, como acaba de ocurrir con el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, mejor porque tienen más eco y queda en la misma foto con el “mandacallar” de la región. Es el comienzo de un conflicto que va para más largo y que resulta preocupante porque el escenario de una confrontación con Venezuela, con o sin la excusa del refugio para el Eln, les sirve a unos pocos en ambos lados de la frontera, pero nos pone en riesgo a todos como nación.