La peste que estamos viviendo ha dado lugar a una estrategia que puede dar lugar a resultados sorprendentes. Estamos haciendo un alto en el camino
Confinar es una de las estrategias humanas más antiguas y es utilizada por la mayor parte de las culturas, desde los grupos de cazadores y recolectores de las selvas tropicales, hasta las grandes urbes a lo largo de la historia humana. Se confina el chamán para su aprendizaje y se lo abandona en la selva a su suerte; igual sucede con muchos procesos de formación que implican el aislamiento; pensemos en los conventos y en los seminarios de la tradición judeocristiana; los monacatos de otras religiones y otros sitios de retiro son la estrategia humana para desarrollar habilidades y destrezas.
La separación y el aislamiento también están a la base de las estrategias de selección y castigo y se confina al enemigo, al transgresor o sencillamente a los seres humanos por períodos de tiempo más o menos largos. ¿No es acaso una luna de miel la dulce consagración de una pareja para el desarrollo de sus habilidades amatorias? Aislar y separar también entraña una posibilidad real de protección contra las inclemencias del tiempo, las vicisitudes de la guerra o muchos otros procesos sociales.
La peste que estamos viviendo ha dado lugar a una estrategia que puede dar lugar a resultados sorprendentes. Estamos haciendo un alto en el camino para repensar el núcleo de nuestras familias, la supervivencia de la especie y también para pensar el planeta, que lo habíamos dejado a merced de las fuerzas más destructivas. El neoliberalismo y el capitalismo salvaje, con su consumo excesivo de energía y biomasa, estaban llevando el planeta a un laberinto sin otro final distinto a la destrucción. Cuando una especie enferma les abre paso a nuevas formas de habitar, de nuevo los animales transitan por las calles de las ciudades, los canales y los mares recuperan su transparencia y los seres humanos somos capaces de nuevo de pensar el sentido de nuestro paso por la vida.
Debo anotar que la mitad de mi vida me la he pasado en cuarentena, aislado, sólo con los libros y con la compañía de unas pocas personas, mi esposa y mis hijos, saliendo casi nada, concentrado en el estudio, centrado en el mundo mental para el cual lo externo es algo con lo cual se negocia y se minimiza todo efecto negativo o destructivo. Es por ello entonces que la cuarentena no me asusta, me confirma por el contrario que el mejor espacio de lo humano es nuestra mente, en ella están los elementos de la gracia o el desastre. Allí está la memoria, la capacidad de evocar y revivir la emoción, y nuestra compleja habilidad para comunicar, no solamente signos y palabras, sino sentidos, direcciones nuevas o renovadas, nuestro propio sentido de humanidad.
Las cuarentenas sacan a flote lo mejor de nosotros, la capacidad de compartir el sentido del otro, el extremo cuidado y toda una serie de virtudes y de valores que parecían olvidados, pero que ahora son la sal del cuento y mucho más: son nuestra capacidad de sobrevivir, el pivote espiritual de nuestra existencia. Es parte sustantiva de nuestro cuerpo y de nuestro ser en el mundo saludarnos, saber que hay millones vulnerables en grados muy altos que requieren nuestro apoyo. Importante y crucial esto pues en toda epidemia lo primero que se rompe es el vínculo de la vida. Y ahora vamos a empezar a respirar aires comunes y saber de las carencias profundas de nuestro prójimo tocando con las manos su mundo, invitándonos al renacimiento de la genuina compasión.