Es muy factible que al reanudar actividades la ciudadanía se va a poner en pie y lo que son ahora trapos rojos en las ventanas se van a terminar convirtiendo en banderas del descontento
Hasta los más radicales defensores del orden y la institucionalidad están en jaque con la realidad abrumadora de nuestra nación y del mundo. En nuestro caso el estado de la corrupción es sencillamente indescriptible y abrumador; lo que hace que tengo conciencia ciudadana no hacen sino acumularse los más perturbadores hechos de una desastrosa administración pública, cooptada por la más descarada clase política y enumerar los hechos excede los límites de una columna; se necesitarían varios tomos solamente para describir los hechos de la degradación. Los casos son mayúsculos y a ello se suman los más recientes despropósitos, como la oscura destinación de los dineros para la alimentación de los más desfavorecidos y la inocultable destinación de dineros para la compra de votos que cubren con una sombra de ilegalidad el actual gobierno.
Unos gobiernos tras otros se ven sumidos en la ilegitimidad y sus intenciones iniciales de resolver problemas y ofrecer salidas quedan empantanados, en medio de una degradación que ya toca al sector privado. El panorama se va oscureciendo progresiva y rápidamente y no podemos esperar mucho para asistir al estallido del descontento social, tal como ha sucedido en los Estados Unidos recientemente, pues son exclusiones abrumadoras las que llevan a los ciudadanos a lanzarse a la calle y prenderle fuego a los defensores del orden, como en el caso reciente de Minneapolis, una ciudad mediana devorada por una turba enfurecida que reclama, no un crimen en particular, sino un estado de cosas similares a las que llevaron en Chile a la destrucción de los bienes públicos y que aquí en Medellín por primera vez empezó a erosionar la Cultura Metro.
Es muy factible que al reanudar actividades la ciudadanía se va a poner en pie y lo que son ahora trapos rojos en las ventanas se van a terminar convirtiendo en banderas del descontento y de la abrumadora injusticia que condena a millones a la miseria, el hambre y la ignorancia. Ya no van a valer imploraciones al cielo y a los santos, el descontento generalizado no podrá ya ser silenciado con miles de millones invertidos en la imagen de los gobernantes; quienes de ellos sean conscientes de la coyuntura mundial van a aplicar todos sus esfuerzos a tratar de paliar esta crisis profunda que corroe las bases de muchas sociedades, no solamente la nuestra; los continentes vibran con un descontento profundo que impugna un orden miserable que el neoliberalismo y la corrupción han impulsado; ninguna teología del mercado; ninguna religión de la obediencia, podrán contener el estallido de miles de millones de seres humanos que están excluidos de los mínimos vitales.
En Colombia no podremos continuar de espaldas a una macabra corrupción que devora implacable los recursos públicos. Las acciones bélicas de los alzados en armas se presentan como insignificantes frente al saqueo del erario público que ha terminado por quitarle el futuro a millones de niños y los jóvenes ya han dado muestras de que no permanecerán en silencio frente a una situación que está arrancando la posibilidad de cualquier ilusión y de cualquier futuro en el cual se pueda confiar en que el trabajo, el estudio y la dedicación permitan obtener frutos saludables. Guerrilla, narcotráfico y delincuencia común se ven apenas como sombras frente a unos procesos de demolición que nos están anulando el futuro a casi todos.