A estos maestros se les sienten el aroma a pasión por su trabajo y el compromiso con lo que hacen
Diego Arbeláez Muñoz*
Era una mañana calurosa de septiembre en la Normal Superior de Montes de María, tierra llena de cicatrices dolorosas y también llena de resiliencia y esperanza reflejada en los cuerpos de niños, niñas y maestros. Vi desde la puerta, en una de las aulas, al profe de matemáticas que estaba en una meditación con sus estudiantes. Todos, en silencio, respiraban al ritmo de sus sugerencias. Percibí que tomaban “nota” desde el cuerpo para aprender con-sentido, en interacción con los otros. Cuando le pregunté al profe para qué hacía eso, me dijo: “Es que así nos damos más fácil cuenta del sentido de lo que hacemos, cómo lo hacemos y para qué lo hacemos”.
Esos maestros y directivos docentes que hacen la diferencia son y hacen cosas que son comunes a casi todos los humanos, pero ponen el énfasis en interactuar desde una ética del encuentro, o sea desde el cuidado del otro. Escuchan para comprender, no siempre para tener respuestas a todo, pues saben que el estudiante es un ciudadano global; le facilitan que comprenda su contexto local y cómo lo afecta en su aprendizaje para que le sea más fácil relacionarse con el mundo; generan confianza evitando hacer tres cosas que fomentan la violencia y desnutren el encuentro humano: juzgar sin suficiente fundamento, condenar sin mayor conocimiento y generalizar las dos anteriores.
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Son líderes que leen el currículo como un sistema orgánico en permanente movimiento, que está más allá de un cúmulo de información organizada en un plan de estudios para ser “transmitido”. En este sentido reconocen que no nos movemos tanto por contenidos, lo hacemos más por significados; por lo menos los significados que nos dan los contenidos a los que nos exponemos. Enseñar y aprender lo asumen como un continuo pertinente, que incluye la reflexión con otros, de la propia experiencia y no solamente del referente académico. Como lo proponía Freire, “enseñar no es transmitir conocimientos, sino crear las posibilidades para su propia construcción o producción”.
A estos maestros se les sienten el aroma a pasión por su trabajo y el compromiso con lo que hacen. Por eso, su ADN educativo se constituye de Amor, Determinación, y de las Necesidades que son capaces de leer en su comunidad, en sus colegas, en sus estudiantes y en sus familias. Están siempre dispuestos y promueven la construcción colaborativa con otros y la creación de alternativas que sirvan a la comunidad de manera sostenible, bajo el lente de una visión compartida. Saben que así es más fácil volver realidad los sueños.
Para estos maestros también son importantes los resultados, pero la diferencia es que los buscan, no desee la noción del tener, sino del ser. En una cultura del consumo depredador, se tiene y se hace para ser alguien. La ecuación en estos maestros es que tener información, tener buena nota para estar por encima de otros, tener títulos para “ser alguien” en la escala de sus valoraciones, empieza mejor por tener conciencia de ser, es decir, de verse a sí mismo, sus propios estados, sus acciones y las consecuencias de estas. En otras palabras, el conocimiento de su propia existencia, la de los otros y la de lo otro (el ambiente), les permite comprender que hacer y tener tienen sentido si se atiende al desarrollo integral del ser como parte del proceso pedagógico, pues es de esta manera que resultan ciudadanos éticos y responsables de su vida y de sus actos.
¡Bravo por esos maestros que se la juegan toda por un mejor país!
*Asesor en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.