Sentí alegría por la elogiosa alabanza que nos hacía tan reconocido comentarista y estupor porque no debemos caer en la alucinación de creernos los mejores por ganar un partido de fútbol.
El triunfo de la Selección Colombia sobre la encopetada Selección Francesa, en tierras galas, nos ha puesto a soñar a los colombianos y en algunos casos a delirar. Como antaño, algunos ya se creen campeones del mundo en el torneo que en breve se inicia en Rusia. Miraba este viernes en la cadena deportiva Win, en el programa Planeta Fútbol, un grupo de reputados periodistas colombianos con el argentino Fernando Niembro analizar el triunfo 3 por 2 de Colombia sobre Francia y con satisfacción pude percibir cómo los comentaristas criollos, con los pies sobre la tierra, hacían un análisis ponderado de ese éxito. “Jugamos un mal primer tiempo, especialmente en los primeros veintiocho minutos, cuando desconcertados vimos una selección francesa que pasó sobre nosotros y todos presagiamos que se venía una soberana goleada para Colombia. Jugaba Francia con su línea titular. En el segundo tiempo las cosas se invirtieron. José Pékerman realizó unos cambios de posiciones y de jugadores. Atinó en ellos. Francia cambió varios de sus jugadores titulares y Colombia se adueñó del campo de juego”. En esos términos, sin que sea cita textual, se expresaban los comentaristas nuestros.
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Con una mezcla de alegría y estupor le escuché a Fernando Niembro, reputado comentarista argentino, que Colombia, a raíz de esa demostración que acababa de realizar en el estadio Saint–Denis debería comenzar a soñar y a pensar en la Copa Mundo de Rusia. Sentí alegría por la elogiosa alabanza que nos hacía tan reconocido comentarista y estupor porque no debemos caer en la alucinación de creernos los mejores por ganar un partido de fútbol. La historia se repite, muchas veces con ribetes de tragedia y no podemos olvidar lo que antaño nos sucedió, incluso luego de un triunfo 5-0 de Colombia sobre Argentina en épocas pretéritas, cuando en su propio estadio, como el viernes pasado contra Francia, dimos buena cuenta de la selección albiceleste de reconocimiento universal.
Jugamos un buen partido, seguramente haremos una decorosa presentación en el mundial de Rusia, ojalá repitamos la gesta de hace cuatro años en el mundial del Brasil cuando ocupamos un histórico (para nosotros) quinto lugar. Pero de allí a creernos ya campeones del mundo no pasa de ser una osadía tropicalista y macondiana, muy propia de nosotros.
Aprovecho la ocasión para enfatizar que Colombia, en la era Pékerman, ha logrado posicionarse como un equipo de fútbol respetable, que llena escenarios deportivos en América y en Europa por el buen fútbol que practica. Nuestros futbolistas, como lo decía este viernes Faryd Mondragón, ya aprendieron a caminar, a comer, a vestirse, a comportarse y a jugar como profesionales del fútbol. Ese logro no es totalmente del actual entrenador argentino al servicio de Colombia, es la experiencia adquirida en tantos y tantos jóvenes que hemos enviado al extranjero y han servido de espejo a nuestros jóvenes para que aprendan a alcanzar la gloria, a mantenerla y a administrarla.
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Bien por Colombia, pero ojo con el tropicalismo triunfalista. Todos con los pies sobre la tierra.
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