Este país ha dado sobradas muestras de soportar la pérdida de cientos de vidas humanas; lo que parece que no soportará jamás es la pérdida en los intereses de ciertos grupos económicos.
Según cifras del Instituto Nacional de Salud, el número de contagiados por el Covid-19 en Colombia podría alcanzar a finales de mayo los cuatro millones de personas. De éstas, la inmensa mayoría no presentará síntomas o los tendrá leves. Sin embargo, quinientos mil requerirán tratamiento médico. De estos, a su vez, alrededor de ciento ochenta mil demandarán una UCI. La cifra de fallecidos se calcula, según estudios del Imperial College para Europa, en casi 2% de los infectados, por lo que si traemos ese porcentaje a Colombia eso significaría casi ochenta mil personas (Noticias Uno: 05-04-2020). El escenario es catastrófico. Se estima que el conflicto armado en Colombia, en sus más de cincuenta años de duración, dejó casi doscientas cuarenta mil víctimas fatales. Esta pandemia, en menos de un año, podría dejar la tercera parte de esta cifra. ¡Ochenta mil vidas en meses! Por supuesto esto no es una cifra en abstracto: aquí estarán – de hecho, ya lo están pues son varios los colombianos que han sufrido una pérdida por la enfermedad- conocidos, amigos, familiares y por qué no, hasta uno mismo. Y saberlo no impedirá que ocurra. Aquí el soldado avisado no muere en guerra no genera mucha tranquilidad. Todos sabemos lo que podría suceder y a pesar de ello, de algún lado tendrán que salir las víctimas; es una fatalidad: no hay suficientes camas, ni personal médico y hay personas que, debido morbilidades previas, conocidas o desconocidas, no podrán luchar exitosamente en contra del virus.
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Si las cosas salen como están presupuestadas en el plan de manejo y mitigación del virus por parte del Estado, al final del semestre habremos tenido ciento ochenta mil pacientes que habrán requerido de un UCI. Si esto es así, siendo conservadores, miles de colombianos morirán. El gobierno no nos promete nada menos en la intervención que hace frente a esta crisis. Ya están puestas las cartas. En estas condiciones ¿de qué sirve frenar la economía si la mitigación no puede contrarrestar más la expansión del fenómeno presupuestada? Así la cosas, sería más gravoso para el país mantener parado su sistema productivo frente a una realidad tozuda e inobjetable. Por ello, ya desde el ejecutivo central se insinúa la suspensión de la cuarentena o su remplazo por lo que el presidente Duque llamó una cuarentena inteligente que consiste en lo fundamental en que ésta deje de existir para los trabajadores que hacen que la industria, el comercio y la banca nacional funcionen normalmente.
En sus trabajos sobre teoría política, Michael Foucault apuntó que el paso de la sociedad medieval a la moderna consistió en que la preocupación del Estado dejó de recaer en los títulos en que reposaba su legitimidad -fueran estos de carácter divino o tradicional-, para volcarse a la gestión de un elemento nuevo en la política moderna: las grandes poblaciones. Por eso, el papel que antes tenían en dichos Estados los teólogos y juristas, encargados de sustentar los títulos del poder, vino a ser copado por otra clase de disciplinas: la estadística, la ingeniería social y la policía entendida como el control y disciplina de la vida de las gentes. El gobierno de la población, la gestión de su vida y muerte se convirtió en la acción del Estado, lo que Foucault llamó biopolítica.
Todo indica que, en un claro ejercicio de ésta, el gobierno nacional, en defensa del sector industrial y financiero, suspenderá la cuarentena, a despecho de lo que varios mandatarios locales piensan y quieren hacer. Este país ha dado sobradas muestras de soportar la pérdida de cientos de vidas humanas; lo que parece que no soportará jamás es la pérdida en los intereses de ciertos grupos económicos. Si frente a estos debe morir gente, se hizo lo que se pudo. Ante el dilema la bolsa o la vida, aquí parece que nos quedamos con la bolsa. No sólo es absurdo, es espantoso. Mientras en otros países la cuarentena se amplía y los que han tenido éxito en la detención del virus lo han hecho debido a lo extenso de la misma, más la intervención activa del Estado en el sostenimiento de sus poblaciones; aquí se apuesta a una economía o gestión de la muerte con un número de víctimas ya más o menos claro: El Estado parece no estar dispuesto a intervenir más, ni a exigir más de los actores privados pues ello pondría en riesgo la estabilidad macroeconómica del país, así como su calificación ante los organismos económicos internacionales.
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De esta manera, aunque cientos o miles vayan o vayamos a perder la vida, la economía seguirá, como lo hizo incluso cuando la guerra del Estado contra el narcotráfico y luego con las guerrillas escaló a niveles dolorosísimos. Es esta una cuestión de orgullo patrio: a pesar de que el país se desangre o parte de él muera en una pandemia, la estabilidad de nuestras instituciones y la solidez de la economía siguen así, como si nada.