La gente tiende a creer que nada cambia, a negar la existencia del cambio. Es una especie de obnubilación que se hace tanto más dramática si se trata por ejemplo de un político.
Tal vez uno de los aspectos más dramáticos de la modernidad es eso que los analistas denominan “la velocidad del cambio”.
Es un hecho indiscutible que hoy, todo se mueve de una manera que era impensable hace apenas cuarenta o cincuenta años. Es una velocidad de vértigo.
En un principio, la gente parecía resignada a “ubicar” esa velocidad solo en la variable de la tecnología. Como es bien sabido, las empresas productoras de artefactos asumieron con particular entusiasmo la estrategia de la “obsolescencia programada”, que logra por ejemplo que un celular a los diez meses de adquirido, se despeñe por los abismos de la vejez, dado que ese es el corto tiempo que tardan en lanzar la siguiente versión y así, si usted logra mantener el aparato vivo durante dos años, le dará vergüenza responder las llamadas en público porque lo que tendría en sus manos no sería un celular anciano sino un verdadero dinosauro.
Pero no, el tema va más allá de las perversas estrategias de esa obsolescencia programada. La aceleración del cambio tiene que ver con todo. De hecho, mire usted que no existe una sola variable de la vida diaria conocida que no haya sufrido cambios drásticos: las relaciones afectivas, la sexualidad, la relación con el medio ambiente, la política, el respeto por las minorías étnicas, la equidad de género, en fin
Están circulando en las redes por estos días dos ejemplos relevantes de esa velocidad a la que hago referencia, y que permiten mirar con estupor el cumplimiento de ese conocido e irrefutable axioma inexorable: “nadie es eterno en el mundo”.
Es una composición con barras de colores que van cambiando de posición en la medida en la que avanza el tiempo. Hay una cifra al final de cada barra que entrega los datos de la evolución.
La primera composición muestra el ranking de los países exportadores y se inicia en el siglo XX. Durante un largo período la barra del liderazgo era ostentada por los Estados Unidos de América seguido a corta distancia por Inglaterra y algunos otros países desarrollados. Se observan ocasionales saltos de México, Brasil, Canadá y Rusia que nos son significativos para modificar las posiciones de los países líderes. Pero de repente, una barrita muy pequeña (La República Popular China) empieza a crecer y a escalar posiciones desde 1975 hasta llegar al año 2018 en donde desbanca a los Estados Unidos y se ubica de primera. Tu observas entonces el aceleramiento y entiendes ese concepto de la velocidad del cambio.
La segunda composición hace referencia a las religiones y permite observar el acelerado declive de la iglesia católica en los últimos cuarenta años y el escalamiento del islamismo al primer lugar. Ciertamente nadie es eterno en el mundo.
Pero no. La gente tiende a creer que nada cambia, a negar la existencia del cambio. Es una especie de obnubilación que se hace tanto más dramática si se trata por ejemplo de un político.
Es particularmente patético el repudio diario y creciente que se hace en los eventos públicos al señor Álvaro Uribe por donde quiere que pasa. Su ciclo ha llegado al final y él y sus seguidores se niegan a entenderlo, inventan explicaciones, hacen análisis… Pueden llorar. Todo cambia inexorablemente y el mundo sigue su marcha