No tener los alimentos adecuados y en la cantidad requerida es una de las causas de la desnutrición crónica, un mal silencioso
Hay decisiones equivocadas en cuanto a la alimentación que pueden generar efectos graves e irreversibles. Para los adultos es lamentable, para los niños puede ser letal.
Saltarse comidas por ejemplo, con la excusa de la carga de trabajo, la falta de tiempo o el deseo de bajar peso, genera molestias de corto y largo plazo. Dolencias que pesan en el cuerpo y en el bolsillo. Los tratamientos posteriores para saldar el daño valen mucho más que tomar la decisión de comer bien. Si se trata de niños que tienen que saltarse comidas –no es su decisión por supuesto- los efectos son más dañinos aún para su bienestar y desarrollo, para la economía de su hogar, de su entorno, del país.
Un niño que desde el inicio de su vida se tiene que “saltar” el derecho de recibir en el vientre los nutrientes de su mamá porque ella no tiene una nutrición adecuada o tiene bajo peso, o porque desde la primera hora de su nacimiento no recibe el calostro de su madre (primera leche llamada líquido de oro por ser amarillenta y un tesoro hecho alimento), o porque no es lactado de manera exclusiva durante los primeros seis meses y de forma complementaria hasta los dos años, ya está cargando una deuda con su organismo y posibles cuentas inmediatas y futuras en servicios de salud, pues es mayor el riesgo de que sufra infecciones intestinales o enfermedades respiratorias. Para reponer este déficit, su familia, la sociedad y el Estado tendrán que incurrir en múltiples sobrecostos.
La cara optimista de esta moneda se muestra cuando los niños no sufren hambre. Una situación que se puede evitar por ejemplo con inversión oportuna en la promoción de la lactancia materna. Sobran evidencias científicas en el mundo, como lo ratificó el médico brasilero y máster en epidemiología Bernardo Horta en el foro académico El Peso de la Nutrición Infantil en el Desarrollo Económico convocado por la Fundación Éxito recientemente, quien afirmó que si todos los niños fueran amamantados los primeros 6 meses de vida aumentaría el PIB mundial un 0,49%, es decir, en 329 billones de dólares anuales. Y hay más: cifras del Banco Mundial indican que la inversión en lactancia materna exclusiva representa un retorno de 35 dólares a lo largo de la vida de un individuo.
Desde una perspectiva social y humana, creo que la mayoría está de acuerdo en que nadie, nunca debe nacer ni crecer con hambre, porque entre otras cosas, es un derecho fundamental. No tener los alimentos adecuados y en la cantidad requerida es una de las causas de la desnutrición crónica, un mal silencioso que se ve por la baja talla con respecto a la edad, pero que más allá y menos visiblemente, va dejando el desarrollo del cerebro relegado y así, las capacidades cognitivas, sociales y emocionales truncadas.
Los niños menores de 2 años a quienes hoy les falta el alimento, el agua segura y el acceso a la salud, difícilmente responderán el llamado a lista en el salón de clase, porque no estarán o porque su voz no saldrá con suficiente energía para ser escuchada: no hay motivación ni aliento siquiera para contestar, aprender o jugar y, ¿cuánto pierde el país con cada niño enfermo, con cada uno que deserta de la escuela, o con cada adulto no productivo, sin hablar de cada oportunidad perdida de tantos niños que viven a medias?
Desde una perspectiva económica, el hambre prolongada en la primera infancia, además de ser un atentado contra la integridad humana, afecta el capital humano, las perspectivas de desarrollo y las finanzas de toda la sociedad.
Las cuentas nos quedaron aún más claras con los datos que compartió Máximo Torero, director ejecutivo del Banco Mundial para el Sur de América Latina en el citado foro, quien reiteró que “mejorar la nutrición infantil es fundamental para el desarrollo económico”, ya que se estima que la desnutrición crónica le cuesta al mundo entre 2,8 y 4,5 billones de dólares al año y que representa alrededor del 4,5 del PIB anual.
Así que ni aquí, ni en ningún municipio colombiano podemos saltarnos tampoco la comida en los presupuestos públicos ni en los planes de desarrollo, porque, de acuerdo el doctor Torero, si los niños crecen sanos, las naciones también lo harán.