Colombia: De nuevo sobre la visita del Papa

Autor: Eduardo Mackenzie
18 septiembre de 2017 - 12:06 AM

El Papa Francisco fue a Colombia a participar en la lucha por la justicia, no a tratar el tema del silencio de Dios o a discutir su idea personal de que el pecado es inferioridad a la misericordia.

El papa Francisco intervino en Colombia sobre una temática secular. Ese fue el aspecto dominante de sus homilías. Es a la luz de ese rasgo que debemos juzgar lo que dijo el jefe del Estado Vaticano en nuestro país. Su mensaje religioso fue, en mi opinión, secundario. El papa mismo trazó esa prioridad en sus pláticas. Los temas religiosos abordados en las ciudades que visitó, incluida la beatificación de dos sacerdotes víctimas de la violencia, Pedro María Ramírez Ramos, asesinado en Armero durante el Bogotazo en 1948, y Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, ultimado por el Eln en 1989, estaban al servicio de su mensaje temporal, como elementos coadyuvantes.

Escogido por él, el telón de fondo de sus sermones fue la paz, la “cultura del encuentro”, la “violencia fratricida”, la corrupción, el afán de lucro, la reconciliación entre colombianos y, sobre todo, el acuerdo Santos-Farc.

¿Era legítimo que Francisco escogiera ese ángulo para su primera visita a Colombia? El debate está abierto. De todas formas, el hecho es que él consideró que ese era su deber. Sin duda alguna, él estaba en su derecho. Los papas saben que su responsabilidad no es únicamente espiritual. La “realidades terrestres” también lo son. Juan Pablo II decía: “El cristianismo no nos pide cerrar los ojos ante los graves problemas que sufre la humanidad”.

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Su sucesor, Benedicto XVI, teólogo e intelectual de renombre, lo explica así en su encíclica Deus caritas est (Dios es amor): “La naturaleza profunda de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anunciar la palabra de Dios, celebrar los sacramentos y estar al servicio de la caridad”. Es allí, en el terreno de la caridad, donde la Iglesia se plantea el problema del “orden justo del Estado y de la sociedad”.

El papa emérito evoca las órdenes y grupo religiosos que, desde el siglo XIX y antes, respondieron a las necesidades concretas volcándose a la lucha contra la pobreza, la enfermedad y las carencias del sector educativo. Recuerda que numerosas encíclicas como Rerum Novarum (1891) de Leon XIII, Quadragesimo anno (1931) de Pio XI, Mater et Magistra (1961) de Juan XXIII, Populorum progressio (1967) de Pablo VI, y la trilogía de encíclicas de Juan Pablo II, Laborem exercens (1981) Sollicitudo rei socialis (1987) y Centesimus annus (1991), son la piedra angular de la doctrina social católica y hacen parte, con otros documentos pontificales, de la “contribución específica de la Iglesia a la purificación de la razón y a la formación ética, para que las exigencias de la justicia devengan comprensibles y políticamente realizables”.

Benedicto XVI hace desde luego una distinción importante: “La Iglesia no puede ni debe conducir la batalla política para edificar una sociedad lo más justa posible”. Ella no debe substituir al Estado en eso, pero “tampoco puede quedarse al margen de la lucha por la justicia”. La Iglesia, subraya, “debe insertarse por la vía de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales sin las cuales la justicia […] no se puede afirmar ni desarrollar”.

Visiblemente, el Papa Francisco fue a Colombia a participar en la lucha por la justicia, no a tratar el tema del silencio de Dios o a discutir su idea personal de que el pecado es inferioridad a la misericordia.

¿Cuál fue, entonces, la argumentación racional que ofreció acerca de la sociedad más justa? ¿Dónde están las “fuerzas espirituales” que él trata de despertar? Ahí es donde la decepción y hasta la inquietud aparecen entre muchos colombianos.

Durante su visita, Francisco le pidió a los colombianos que prefieran el perdón a la justicia, que acepten, en su estado actual, los acuerdos de La Habana, y que perdonen a las Farc, en su estado actual, es decir a una organización criminal no arrepentida con más de 50 años de actividades bárbaras, antirreligiosas y totalitarias. Les pidió que perdonen y que se reconcilien, de manera perfectamente unilateral, lo cual es un absurdo lógico, pues las Farc no están pidiendo reconciliación sino creando condiciones favorables para trastornar la sociedad y el Estado según sus criterios, criterios que la sociedad, el Estado y la Iglesia han combatido desde que el proyecto comunista fue trasplantado a Colombia.

La dificultad de lo que propone el Papa viene del hecho de que le pide a una sociedad libre, con dificultades socio-económicas enormes, pero libre y mayoritariamente católica, involucionar hacia a un estadio político de opresión que las sociedades contemporáneas ya han derribado: los colectivismos marxistas, depuestos por revoluciones pacíficas en casi todo el mundo. ¿La tentación totalitaria, de regreso en ciertos países de América latina, debería ser aceptada como un mal menor para que haya, por fin, “paz” y “encuentro” entre los colombianos? ¿Es razonable esa propuesta?

Francisco pide a los colombianos la reconciliación, pero dicha categoría, en ese marco, tiene más de rendición humillante que de encuentro fraternal entre dos grupos humanos. Pide resignación no ante un acto jurídico, sino ante un hecho cumplido –los acuerdos Farc-Santos repudiados por los colombianos-. Pide que aceptemos a las Farc (y de paso al Eln) en su estado actual: con un pie disfrazado de partido marxista, con inmensos recursos logísticos y de propaganda, con impunidad y privilegios indecentes, en gran parte de naturaleza ilegal, y con otro pie armado hasta los dientes, con alianzas bacrim, redes de narcotráfico y respaldos internacionales secretos. Nos pide que nos reconciliemos con eso por la buena razón de que, en última instancia, como dijo en Villavicencio, “todos somos víctimas”.

A eso se reduce su tesis sobre la “reconciliación”, que viene a ser más un llamado al renunciamiento que a la obtención del “orden justo” que preconiza sin ambigüedad alguna la doctrina social católica y que Benedicto XVI señala en su encíclica Dios es amor.

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La visita de Francisco, en mi opinión, no rompió la gran soledad de Colombia. Mi país sigue solo en el concierto internacional luchando contra fuerzas formidables que pretenden destruir la democracia para oprimirlo y explotarlo. ¿Es una casualidad que el Papa no haya hablado, ni siquiera ante los jóvenes de Medellín y Bogotá, de libertad?

Esperábamos que esa visita ayudara a Colombia a salir de esa soledad, que diera un respaldo franco a la resistencia contra la presión destructiva. No vimos eso. Al menos yo no vi eso. Muchos colombianos vemos con inquietud que Francisco pide que aceptemos un destino trágico, que abordemos el problema del “conflicto” como un problema superado, cuando todos los elementos de éste están ahí, sobre el terreno, muy vigentes y adoptando una apariencia engañosa.

Francisco asume posturas cuestionables respecto de la Cuba castrista (colaboró en la “apertura” que Barack Obama buscaba para ese régimen comunista agonizante) y adopta la línea que lleva, quiéralo él o no, a dilatar en el tiempo, mediante un diálogo viciado, la dictadura de Maduro en Venezuela, lo que prolonga el inmenso sufrimiento del pueblo venezolano.

Sabemos que Francisco tiene, desde hace años, una visión filosófica particular del conflicto que está lejos de generar unanimidad en la Iglesia: la de “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un plano superior”. Es lo que vertebra quizás su certeza de que una “reconciliación” a ciegas de Colombia con las Farc podría engendrar una “síntesis superior” visiblemente anticapitalista (recordamos sus frases como “No se puede servir a Dios y al dinero”; “El diablo entra por el bolsillo”). Más hegeliano que cristiano, ese enfoque es insostenible. Sabemos qué resultados dieron las ideas de un hegeliano como Marx que creía en la lucha entre la tesis y la antítesis. La “síntesis superior” fue el totalitarismo soviético, una respuesta totalmente errada a la justa indignación del mundo obrero, que le costó tan caro a la humanidad. Definitivamente, la “reconciliación” en Colombia no puede ser real eludiendo la democracia y la justicia, la justicia terrestre.

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