La vida económica sigue transcurriendo normalmente, porque, en muy buena parte, las exportaciones de cocaína han compensado la reducción de las petroleras.
Andrés Felipe Arias deja de lado toda referencia a la injusta condena y a la persecución de que ha sido objeto, para presentar al país un diagnóstico incontrovertible. Con el título de ¿Cocaína: ¿estabilizador macroeconómico colombiano? (Bogotá: Universidad Sergio Arboleda; 2020. 70 p.), su autor, con este estudio, académico, objetivo, sólido, preciso y bien sustentado, responde a ese interrogante con el lenguaje propio del economista profesional. Este paper, al mejor estilo anglosajón, escueto y sin adjetivos calificativos, invita al lector a sacar sus propias conclusiones.
Ante el hecho del choque brutal que para la economía mundial significó la caída del precio del crudo, que en 2014 se derrumbó de los US $ 100-110 hacia los US $ 50 por barril, se pregunta cómo fue que Colombia prácticamente no sufrió las consecuencias de la reducción de las exportaciones de su principal producto, que cayó de un promedio anual, entre 2010 y 2014, de US $ 27.591 millones, a US $ 13.878 millones entre 2015 y 2018. Esto significa nada menos que una reducción del 49.7 % de ese rubro, que no ha sido compensada por el crecimiento de ningún otro producto legal de exportación.
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Vamos, pues, a completar una década bajo esta situación, pero el país no ha experimentado sus inevitables efectos en ningún aspecto. La vida económica sigue transcurriendo normalmente, porque, en muy buena parte, las exportaciones de cocaína han compensado la reducción de las petroleras…
Todos, de alguna manera, nos hemos dado cuenta de ese fenómeno, pero nos hemos acostumbrado a él. Faltaba entonces alguien capaz de analizarlo, cuantificarlo y de exigirnos tomar posición ante esta nueva estructura de nuestro comercio exterior.
Por la excepcional importancia de ese trabajo de impecable factura, sólida argumentación y fácil lectura, lo recomiendo vivamente, para seguir con algunas de las reflexiones que me hago después de analizarlo.
Andrés Felipe Arias ha respondido positivamente a su interrogante. En efecto, la cocaína es el estabilizador macroeconómico que permite mantener la gigantesca importación de alimentos, autos, insumos y los viajes baratos, pero que inhibe la recuperación industrial y la agricultura productiva moderna, única gran posibilidad futura, si algún día nos liberamos del predominio de la coca sobre la economía.
Después de este ensayo ya no será posible desconocer el dilema en que nos encontramos: volver a ser un estado de derecho económico o resignarnos a la condición de narcoestado.
Durante toda esta última década, los partidarios de la segunda opción han avanzado. Su ofensiva estratégica es permanente y bien financiada, mientras las fuerzas que podemos llamar democráticas ni siquiera se defienden de la capitulación ante las Farc. A lo sumo tienen el gobierno, pero carecen del poder, quizá porque el país depende ya absolutamente de las divisas generadas por el narcotráfico. El status quo político es demasiado frágil. Su horizonte se reduce a unos 30 meses, porque pronto habrá que escoger entre independizarnos de la droga o someternos definitivamente a ella.
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Es tan aterrador el poder económico de la narcoindustria exportadora, que ya también tiene consumidores por todo el país, que sus actores sueñan con alcanzar el poder político total.
Detrás del odio por el petróleo y de la interdicción del fracking, hay un pensamiento atroz y lúcido que pocos captan: Si eliminamos los hidrocarburos, la nación quedará irremisiblemente arrodillada ente los estupefacientes.
He ahí la “economía verde” de Petro, pero sin máscara, puerta de entrada por donde “se va a la ciudad doliente”, como en Venezuela.
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El matoneo permanente, a partir del día de su posesión, contra el historiador Darío Acevedo Carmona, es también advertencia para que los demás empleados públicos no interfieran actividades preparatorias de la revolución.