En su juventud tiene un encuentro que le marcará definitivamente, convirtiéndose a partir de entonces en un fiel católico, incondicional y coherente
La obra literaria más importante de Paul Claudel quizás sea la La Anunciación. Este gran poeta francés (1868-1955) se destacó no sólo por su obra en ensayo y poesía, sino por sus servicios como diplomático de la república francesa en diversos países: China, Japón, Estados Unidos, otros países de Europa, en una larga carrera en la convulsionada primera mitad del siglo XX. Claudel, hijo de una familia de “ilustrados”, fue educado en un ambiente de nihilismo religioso, impregnado en su entorno inmediato de racionalismo, materialismo y ateísmo. Algo que no es muy extraño en la actualidad. Como un adolescente occidental de esos años, creció en medio de la indiferencia a lo religioso.
Debemos a Paul Claudel una de las más bellas páginas relacionadas con el hecho histórico de la Navidad. En su juventud tiene un encuentro que le marcará definitivamente, convirtiéndose a partir de entonces en un fiel católico, incondicional y coherente. El poeta, casi por azar, termina en la lluviosa noche del 25 de diciembre de 1886 escuchando el Magníficat, cantado por el coro de niños de Notre Dame, acompañados por los alumnos del seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet. Él mismo describe así la ocasión inolvidable (Mi conversión) en la majestuosa catedral: “Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro…” y continúa su relato: “… entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda.” “…de repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable…”
Son unos párrafos de sinceridad única en que se hace magnífica relación de la característica interpersonal del encuentro con Dios: en la Navidad, lo sabe Occidente -aunque muchos insisten en negarlo- desde que sucedió el hecho del nacimiento del niño Dios en el portal de Belén, se nos divide la historia en dos.
Hace poco el erudito y didáctico padre Emilio Betancur en estas páginas se refería a la necesidad de reconocer el sentido auténtico de estos días. Son muchos los dioses sustitutos -con minúscula- que nos acechan por todas partes: consumismo, comercialización, burla, hedonismo, utilitarismo. Los pequeños dioses nos afectan a todos y con gran facilidad se toman el protagonismo en la época navideña para desorientar y pervertir el sentido último de esta fiesta. Quizás el más común de esos pequeños dioses, compartido por millones que se consideran “únicos”, es el de la hiper-inflación de los egos que se convierten en gigantescas bombas de helio, luchando por ocupar un lugar predominante en medio de los otros millones de egos también hipertróficos y voluminosos. El ego del subjetivismo inmisericorde, indiferente y concentrado en los afanes del presente, evitando la referencia honesta a la posibilidad de la Trascendencia. El ego que nos hace reducir la libertad y la autonomía personal a una estéril expresión de deseos y caprichos individuales, desconectados de un sentido de la realidad y la responsabilidad.
Este columnista agradece en la Navidad al periódico EL MUNDO, y a sus lectores, e invita a la lectura de aquella inmortal página de Paul Claudel, la cual es también una celebración del acontecimiento grandioso protagonizado por quien nos enseña intemporalmente el mandamiento del amor al prójimo. ¡Feliz Navidad para todos!