Ciudadanos más inteligentes que sus automóviles

Autor: Luis Felipe Dávila
11 marzo de 2019 - 09:03 PM

Una sociedad, en la cual los sujetos necesiten subirse a un auto para poder sentirse importantes, es una sociedad mal estructurada, insegura e insolidaria.

Hoy madrugué más de la cuenta y presencie el espectáculo más hermoso posible, vi el cielo. Créanme, era azul… después de tantas alarmas rojas y de tantas cúpulas grisáceas por fin pude ver el cielo claro. ¿Qué más tiene que pasar en nuestra ciudad para que cambiemos estructuralmente el modo en el que vivimos?

Lea también: Limpiar las calles de la ciudad

La sociedad antioqueña está atrapada en la idea de la falsa comodidad y del falso prestigio, hasta que no cambiemos esas dos concepciones seguiremos ahogándonos en nuestros propios desechos. Yo amo conducir, y creo que los automóviles le han permitido a la humanidad tener mayor rapidez y eficiencia en sus tareas; sin embargo, la saturación del parque automotor del Valle de Aburrá ha hecho que nuestras maravillosas maquinas produzcan quietud e ineficiencia. El presente plantea una paradoja digna del cineasta japonés Akira Kurosawa. Nuestro afán de confort y rapidez nos despojó de ambas. En ese sentido: ¿qué puede ser más placentero que poder respirar un aire limpio en el día, no escuchar ruidos en la noche y no tener que perder la vida en un trancón infinito?

Nuestro problema no lo vamos a resolver con pico y placa, no lo vamos a resolver con autos eléctricos o a gas. El problema no es de movilidad, el problema es de baja autoestima. Una sociedad, en la cual los sujetos necesiten subirse a un auto para poder sentirse importantes, es una sociedad mal estructurada, insegura e insolidaria. La muerte de los peatones aumenta de manera alarmante en el país, se les insulta y se les pisa como si fueran un estorbo viviente, las motos parecen no cumplir ninguna norma, y los que compran las camionetas más grandes y costosas conducen como si hubieran adquirido una ciudadanía VIP, en desmedro de los autos pequeños, las motos y la bicicletas que son para ellos, ciudadanos de segunda y de tercera.

Recuerdo a unos estudiantes conversar hace poco, y desacreditar a cierto docente por el hecho de usar transporte público. A lo largo de doce años como docente (que ya no sé si es muy poco, comparado con lo que me falta para pensionarme, o mucho comparado con lo que significa enseñar) he escuchado muchos chistes destemplados sobre los docentes, en los cuales, un visitante desubicado va a un parqueadero de una universidad privada y ve mucho espacio para parquear, además de carros muy viejos y económicos, luego va a otro parqueadero que está atestado y lleno de carros lujosos. El chiste después de giros lingüísticos predecibles, cierra afirmando que el parqueadero con los autos lujosos es de los estudiantes y el parqueadero medio vacío y de carros de bajo presupuesto es el de docentes. El producto de este chiste es que los tontos ríen y sueñan con tener un auto de lujo que aturda a toda la ciudad, sin importar los costos éticos que tenga que asumir para pagarlo (con tasas de usura y contratos leoninos de por medio), sueñan con ser ciudadanos de primera que pasan rápido y no tienen que interactuar con habitantes de calle, ni apretujarse en el bus escuchando la música de otro.

Esta semana que pasó (con alerta roja medioambiental y pico y placa extendido) puso en evidencia que la racionalidad individual e individualista, genera una irracionalidad colectiva, por lo cual se requieren medidas de fondo antes que sea demasiado tarde. El Área Metropolitana tiene que marcar la pauta y los diez alcaldes de nuestro valle comprometerse con estrategias estructurales que nos permitan pensar un futuro en este lugar, pero también, esta crisis es un llamado para todos, es un codazo que nos dice que tenemos que hacer cambios en la forma como estamos viviendo.

Lo invitamos a leer: Meditación sobre la violencia

Que lo placentero sea respirar, compartir, caminar, y que el mayor estatus en la ciudad lo otorguen la solidaridad, la prudencia, la austeridad, la disciplina. Que formemos ciudadanos que no tengan que subirse en nada para ser grandes. Ciudadanos que sean más inteligentes que sus automóviles.

 

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