¿Qué obtener de ellas?, las lecciones de disciplina individual y social, necesarias para atender la paradójica doble emergencia que pone en máximo riesgo de contagio a personas.
La declaración de pandemia por el coronavirus, hecha por la Organización Mundial de la Salud, y las crisis por contaminación del aire, en Medellín y Bogotá, son situaciones excepcionales de suma gravedad y máximo impacto sobre la vida y la salud de todos, pero en especial de los grupos vulnerables merecedores de todo el cuidado de la sociedad. Aunque tienen diferencias en sus orígenes y el carácter de los daños que provocan, Covid-19 y polución comparten su capacidad de daño al sistema respiratorio individual, su condición de males globales asociables a manifestaciones del progreso material de la humanidad, así como las posibilidades de contenerlas con acciones individuales de gran impacto colectivo.
El coronavirus es un virus originario de China, país más populoso del mundo y no totalmente adaptado a normas sanitarias generales, que se expande a velocidades inusitadas, como lo está mostrando la Universidad John Hopkins (https://coronavirus.jhu.edu/map.html), porque es desconocido por los organismos humanos. Agravado por el crecimiento de viajes de negocios y turismo impulsados por la globalización, en la que China es uno de sus principales ejes, las posibilidades de contagio aumentan exponencialmente. Por su parte, la contaminación ambiental se ha disparado con el uso de combustibles fósiles, la construcción y la deforestación. Estas situaciones crecen por las aglomeraciones urbanas y el incremento de la capacidad adquisitiva de las poblaciones, símbolos de la modernidad.
Por sus condiciones de origen y crecimiento, contener las afecciones y evitar las muertes por contagio de coronavirus y por deterioro de la calidad del aire es posibilidad, casi potestad, asociada a decisiones individuales que comprometen la responsabilidad con el autocuidado, primer signo de una postura ética; solidaridad con las personas vulnerables en riesgo, y acatamiento a las autoridades, que actúan bajo la asesoría de los mejores expertos, en función de cumplir la ley y buscando la garantía del bien común, posición bastante distinta de las interesadas visiones particulares.
Porque son más evidentes los resultados de su terrible impacto para la salud y la vida de la humanidad, existen datos simultáneos sobre el crecimiento de enfermos, muertos y personas curadas de coronavirus. Estos permiten contrastar cómo han reaccionado distintas sociedades y sus distintos resultados. La ciudad-estado de Singapur, de 5,7 millones de habitantes, tuvo los primeros casos de contagio en enero: a la fecha se han consignado 187 casos y ninguna muerte, situación atribuida a la celeridad en las decisiones de cuarentena, restricción de viajes, atención a pacientes y realización de exámenes. El contraste lo hace un país como Italia, país que dio escasa atención al coronavirus, cuyo caso cero fue declarado en la semana del 21 de febrero. Tres semanas después de la declaratoria hay en el país 15.113 contagiados (al cierre de esta edición) y habían ocurrido 1.016 muertes, lo que lo convirtió en el segundo país con mayor afectación confirmada por esta enfermedad. Dadas las señales de reducción del contagio en China, país que tomó drásticas medidas posibles por su régimen, Italia, y tras ella España -fuente de los casos de contagio en Colombia-, han tenido que adoptar medidas de autoaislamiento, mientras países como Estados Unidos dictan medidas de cierre de fronteras.
¿Qué hace la diferencia entre dos naciones democráticas y altamente desarrolladas? La seriedad de las instituciones públicas para entender el riesgo que representa una enfermedad sin defensas y la responsabilidad de los ciudadanos para acatar los mandatos de cuarentena, distancia social y lavado de manos, las efectivas para el cuidado del medio ambiente. ¿Qué obtener de ellas?, las lecciones de disciplina individual y social, necesarias para atender la paradójica doble emergencia que pone en máximo riesgo de contagio a personas vulnerables: mayores de edad, con patologías delicadas y a los niños, que si bien no manifiestan síntomas graves se convierten en multiplicadores del contagio; así como de muerte a ancianos y enfermos. Reconocida la doble emergencia que pone en riesgo a tantos conciudadanos, son agresivas, cuando no cínicas, las evasiones y burlas insensibles por las medidas de contención del coronavirus y son inadmisibles las conductas que ante el levantamiento de las restricciones a la movilidad de vehículos a gasolina o Diesel, no asumen la autoregulación para facilitar el control a la contaminación del aire.
Con la adopción de las rutinas necesarias para contribuir a la menor contaminación del aire y contener el contagio de coronavirus (ver gráfico) cada uno de nosotros puede evitar muertes y además avanzará en la adquisición de nuevas formas de relación y vida en común que los nuevos tiempos exigen, responsables consigo y con los congéneres.