El uso regulado de dispositivos móviles pareciera ser el camino que propicie el desarrollo de competencias tecnológicas y mediáticas de maestros (incluyendo rectores y bibliotecarios), alumnos y familias, a fin de desarrollar inteligencias tecnológicas.
La iniciativa legislativa que en Colombia propone enfrentar el creciente uso de dispositivos móviles en las instituciones educativas incluye al nuestro en el interesante debate que adelantan países preocupados por las libertades individuales, los fines de la educación y el desarrollo integral de sus niños y jóvenes, como Gran Bretaña, Australia o Francia, país en el que desde este mes de septiembre regirá la prohibición de uso de “dispositivos conectados” (smartphones, tabletas y relojes) en instituciones de educación básica y media, cuando no esté asociado a actividades académicas o sea necesario para alumnos con limitaciones; la norma gala da libertad para regular el uso de esos equipos en la educación superior. La medida propuesta por el presidente Emanuel Macron, quien está casado con una profesora de educación media, fue aprobada por amplia mayoría parlamentaria.
En el mundo es contundente el uso masivo, especialmente por adolescentes y adultos jóvenes, de dispositivos móviles (ver gráfico). Esta realidad se ha topado con el asombro de padres y educadores desbordados por hechos irreversibles que ratifican que los desarrollos tecnológicos superan la capacidad humana de preverlos, comprenderlos y reaccionar proactivamente frente a ellos. Mientras los innovadores aceleran la producción de equipos móviles y aplicaciones que resuelven toda clase de problemas, los responsables de definir las políticas educativas nacionales y acompañar a los maestros a aplicarlas se mueven con lamentable parsimonia. Un ejemplo claro del abismo ocurre en Colombia, donde las políticas de educación se definen en planes ¡decenales! y en el que los estándares para la educación básica y media no cambian ¡desde 2007!. Y ni se hable de las limitaciones de los proyectos de adaptación tecnológica: el costoso y promocionado programa Computadores para educar necesitó 17 años para ofrecer capacitación, con variable intensidad y profundidad, a 228.408 de los 478.294 docentes existentes en 2017, según el Dane.
Dado que las experiencias significativas que ofrece la escuela incluyen, pero también deben trascender, el uso de las TIC, parece necesario abrir el análisis a la difusión y apropiación de estrategias pedagógicas y medios educativos que permitan que maestros y estudiantes se aproximen a experiencias académicas y humanas significativas que propicien su pleno desarrollo como ciudadanos en permanente proceso de aprendizaje. Provocar experiencias transformadoras en las aulas no requiere sólo de nuevas tecnologías y sí puede ser opción que permita avivar las pasiones por el trabajo en equipo, la experimentación y el aprendizaje.
Ante los cambios en las expectativas de familias, alumnos y docentes frente a la educación, así como en los medios y tecnologías educativas, en el mundo avanzan tres tendencias que merecen atención.
La opción de prohibir a rajatabla el uso de dispositivos móviles por maestros y alumnos, que es la enunciada para Colombia, promete controlar la epidemia de la “hiperconexión”, al menos dentro de las instituciones educativas. Esta se anuncia por observadores desesperados como una acción necesaria para recuperar el interés de los alumnos por los contenidos académicos e incentivar la interacción en la escuela. Sin embargo, la estrategia que tácitamente equipara la tenencia y uso de dispositivos móviles con la de armas o estupefacientes, les impone a las instituciones la carga de la vigilancia y a los alumnos la de la no racionalización del uso de las TIC, mientras les permite aplazar su recorrido por el uso de la tecnología con fines académicos e incluso de sana interconexión con los pares.
Las sociedades que ni siquiera se están preguntando por los impactos de que la mayoría de niños y jóvenes sean consumidores, y hasta adictos tecnológicos, han optado por una libertad que les ofrece ampliar sus comunicaciones, incluyendo las que tienen con padres y maestros, y que les promete, así no siempre se cumpla, mejorar sus accesos al conocimiento y desarrollar su creatividad. Pero las cargas que un uso no cotrolado de las tecnologías digitales acarrea (según concluye un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard y la Asociación de Profesores de Alberta, Canadá) más desórdenes emocionales, y menos empatía, resiliencia y capacidad de concentración.
Si bien depende de la capacidad de maestros e instituciones educativas para usar los dispositivos móviles y aprovecharlos como instrumento de aprendizaje, investigación y creatividad, el uso regulado de dispositivos móviles pareciera ser el camino que propicie el desarrollo de competencias tecnológicas y mediáticas de maestros (incluyendo rectores y bibliotecarios), alumnos y familias, a fin de desarrollar inteligencias tecnológicas y ¿por qué no? capacidades para insertarse en el campo de los desarrolladores de infraestructuras, tecnologías y aplicativos para la comunicación digital.
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