Es estimulante leer esta obra de Antonio: pluma en vez de lanza, ideas en vez de insultos o disparos y verdad desnuda en lugar de mentiras bien enjaezadas.
Se trata de la novela escrita por Antonio Saúl Cardona Castrillón, que conoce de temas profundos o “triviales”, matizados con sentido del humor y fina ironía. Digo “triviales” porque Antonio revela en los pequeños detalles diarios, las preguntas sin respuestas de la vida y de la muerte, del amor y del poder; la búsqueda permanente de la verdad en medio de las mentiras de quien trate de esconderla; el rescate de valores como la solidaridad y la amistad; la construcción de la dignidad a partir de reconocer la necesaria interdependencia de los seres humanos.
En el prólogo del libro, Aníbal Gaviria Correa destaca estas palabras del autor: “El sol se llevó los arreboles y la luna nueva comenzó a rodar hasta el despunte de una aurora que habría de ser tan brillante como la verdad”. Con Aníbal y muchos lectores, compartimos estas bellas palabras que revelan la esperanza universal de lograr pronta y cumplida justicia.
La novela ocurre en cualquier pueblo de Antioquia y sus alrededores, siempre gravitando alrededor de Medellín. Los arrieros rezagados veían pasar los aviones de Scadta y de SAM, mientras Gonzalo Mejía abría trocha hacia el mar y Francisco Javier Cisneros terminaba el Ferrocarril de Antioquia. Con pasos vacilantes seguíamos el Frente Nacional para apaciguar la violencia política y expulsar la dictadura de Gurropín. El poder de la Iglesia y de los gamonales se desmoronaba poco a poco y la vida pasaba entre misas y rosarios, empresas visionarias y comida engordadora.
Bajo estas circunstancias se desarrolla la vida de los personajes vestidos con hermosas cualidades y tenebrosos defectos que arrancaron a Barba gritos lastimeros: “…De simas no sondadas subía a las estrellas…” o “…la noche nos sorprende con sus profusas lámparas, en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal…”
Un torero muy de malas muere en una corraleja más improvisada que todas las mejores de su clase. La Justicia de entonces, de verdad ciega, busca las reales causas de su muerte, condena a los culpables y reivindica a las víctimas. Ellos están pintados con las virtudes de este pueblo como laboriosidad, unidad familiar, religiosidad, honradez, solidaridad… y también con los vicios como demasiado apego al dinero, amor al juego, al aguardiente y las mujeres, confinamiento de la mujer y de los débiles al lugar adecuado e imponerse por las buenas o por las malas.
El autor usa con propiedad el habla de entonces, con arcaísmos que no entendemos los de estos tiempos y que Antonio traduce −en amable gesto generoso de maestro−, con los piedepáginas explicativos.
Es estimulante leer esta obra de Antonio: pluma en vez de lanza, ideas en vez de insultos o disparos y verdad desnuda en lugar de mentiras bien enjaezadas. Es admirable ver el esfuerzo por mostrar nuestra realidad con ojos propios que van tras nuestra identidad. Es reconfortante el aporte de Celedonio Mogollón por siempre con el que nos regala su visión de una realidad que sólo empezaremos a saber, cuando entendamos las visiones de los demás. Digamos que nuestra visión de la realidad podrá ser más confiable si, y solo si, conocemos y comprendemos las visiones de los otros.
Es la manera de armar el caleidoscopio del que habla Memo Ánjel en el epílogo, para que la miríada de imágenes conforme una sola visión integrada de la esquiva realidad, distinta de la ilusión de que ella es la que cada uno cree ver.