Catorce puertas

Autor: Monseñor Ricardo Tobón Restrepo
5 junio de 2017 - 12:06 AM

Estamos ante siete puertas que llevan al mal y siete que llevan al bien. Debemos escoger entre la vida y la muerte.

Produjo gran impacto en 1995 la película “Seven”, dirigida por David Fincher. Esta cinta estadounidense de suspenso, cuyo guión original fue muy elogiado, muestra a dos detectives investigando una serie de asesinatos relacionados con los siete pecados capitales. Cada una de las víctimas fue seleccionada cuidadosamente por el asesino, con el propósito de mostrar que el pecado se revierte contra el pecador. Así van apareciendo, en este orden, la gula, la avaricia, la soberbia, la pereza, la lujuria, la envidia y la ira.

Al parecer, fue el papa San Gregorio Magno quien en el siglo VI, después de revisar los trabajos de Evagrio y Casiano, clasificó siete inclinaciones o pasiones de la persona humana que denominó “pecados capitales” porque son la base o el origen de todos los pecados. La mayoría de las personas de hoy difícilmente sabrá repetir su lista y mucho menos explicar el significado. Sin embargo, esas pulsiones o dinamismos profundos del ser humano siguen siendo  hoy la causa de grandes desgracias a nivel personal y social.

El pecado es ir contra la verdad y contra el amor debidos a los demás por una indebida afirmación del propio yo y un apego perverso a ciertos bienes. De esta manera, todo pecado atenta contra la naturaleza del hombre y atropella la solidaridad humana y, por eso mismo, va contra Dios y su proyecto de salvación. Podemos decir que los pecados capitales, aunque olvidados en este tiempo, son siete puertas que nos están llevando de un modo directo al mal. La catequesis y la reflexión espiritual no pueden ignorarlos.

Pero no basta advertir cuáles puertas llevan al mal; es preciso, ante todo, indicar las puertas que conducen al bien. Es decir, indicar las virtudes o disposiciones habituales y firmes para proceder de acuerdo con la verdad más profunda de nuestro ser, que nos hace libres y felices. Las virtudes, como los vicios, son dinamismos que mueven todas las facultades humanas, pero para armonizarnos con el amor de Dios y con el amor a los demás. Esto es preciso aprenderlo si se quiere llegar al arte de vivir.

Hoy, después de años de silencio, se vuelve a hablar de las virtudes morales a partir de la célebre obra “Tras la virtud” del filósofo escocés Alasdair Macintyre. En este texto, de carácter ético, el autor hace una descripción ciertamente preocupante del comportamiento moral en nuestra sociedad. Para él, vivimos de fragmentos de una cultura ética anterior a los que ahora les faltan los contextos de los que derivan su significado. No se logra armar la vida sólo con retazos de un esquema conceptual.

Por eso, Macintyre en lugar de centrarse en debates o temas específicos, subraya el aspecto central de las virtudes a través de las cuales puede alcanzar la persona la verdad y la bondad en las que encuentran plenitud todos los aspectos de la vida humana. Por consiguiente, la tabla de los pecados capitales es necesario completarla con las virtudes que los contrarrestan para ofrecer una alternativa moral: contra soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad; contra lujuria, castidad; contra ira, paciencia; contra gula, sobriedad; contra envidia, caridad; contra pereza, diligencia.

La reflexión sobre los vicios y las virtudes nos permite dirigir una mirada crítica sobre el comportamiento en nuestra sociedad y percibir también el horizonte de humanidad al que aspiramos. Ante la realidad que vivimos, donde hay confusión y dispersión acerca de los fines y los medios legítimos de la felicidad, la Iglesia no puede dejar de cumplir su misión profética de denunciar el mal y anunciar el bien que responde a la estructura y a las aspiraciones más hondas del ser humano.


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Es urgente que en la vida personal, en la familia, en la escuela, en el ámbito de la economía y la política, se reflexione sobre las puertas que llevan al bien y las que llevan al mal. Esto no sólo para acusar a personas e instituciones, sino para mirarnos al espejo y diagnosticar la cirugía integral que necesitamos. Estamos ante siete puertas que llevan al mal y siete que llevan al bien. Debemos escoger entre la vida y la muerte. Esa es la grandeza y la tragedia de nuestra libertad

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