Caso perdido

Autor: Sergio de la Torre Gómez
15 diciembre de 2018 - 09:04 PM

En las circunstancias aquí reseñadas y en el tiempo que falta para tales apuestas, a Petro no le alcanzarán los días para rehabilitarse en lo político, y eso él lo sabe mejor que nadie.

En el desenlace del enredo de los fajos de billetes podría Petro correr con suerte y sin embargo (en el plano político al menos y en cuanto a los altos destinos que muchos le vaticinan) no se salva del todo. Para tamaño escándalo no hay escapatoria. Me refiero al daño ya causado con la simple revelación del video, tardía pero muy oportuna para el efecto, dado que las consecuencias de este tipo de revelaciones no fenecen fácilmente, mientras sus protagonistas se mantengan en la liza. Lo que se sigue pues son sus desarrollos inciertos y azarosos y el provecho que con todo derecho, deriven del video sus contrincantes a fuerza de explotarlo y exprimirlo hasta la médula, para enturbiar la imagen, la credibilidad y la confianza ciega que Petro le merece a sus prosélitos, que, dicho sea de paso, a veces actúan más como una secta que como un partido político. El ruido actual no se silenciará del todo y si así fuere los efectos del episodio se sentirán en las jornadas y batallas venideras. No es dable evitarlos y la lesión ya ocasionada no la repararán siquiera las providencias o sentencias de la Corte más benignas que quepa imaginar. Las cuales, repito, aun absolviéndolo y limpiándolo de toda culpa o sospecha sobre su conducta o sus posibles inclinaciones (insinuadas en el filme de marras y que responden a lo que suele urdirse o maquinarse cuando hay manejos criminales, o cuando menos insanos) pagará con su prestigio, que no era pequeño, como lo pudieron atestiguar las urnas.

Lea también: Dudas y certezas

Así que al pobre Petro, aunque lo canonicen como a un santo, dicho video por sí solo le estropea los triunfos clamorosos que algunos arúspices le pronostican. Además porque la grave falta allí revelada, o anunciada, se comete en flagrancia. Lo único que podrá hacer, conociéndolo el país como lo conoce, es victimizarse, presentándose de nuevo como el mártir a quien se le cobran sus constantes denuncias de otrora contra la corrupción rampante entre sus contrarios, la odiosa plutocracia de siempre y la derecha asociada a ella. Mas nunca, desde luego, abarcando al bando opuesto, o el Polo, responsable único del monumental latrocinio cometido en Bogotá durante la alcaldía de sus correligionarios. Ya se está exhibiendo él como el blanco de una campaña difamatoria tendiente a horadar su imagen y malograr las victorias electorales suyas o de sus aliados y aliadas. Pero en las circunstancias aquí reseñadas y en el tiempo que falta para tales apuestas, no le alcanzarán los días para rehabilitarse en lo político, y eso él lo sabe mejor que nadie.

Lo invitamos a leer: Viejas y nuevas lacras

Resumamos: Petro aparece recibiendo fajos de billetes cuya procedencia aún no ha podido establecerse, entre otras cosas porque sus descargos no convencen del todo. Al contrario, mientras más explica más se enreda. Además el dinero circulando así, en la penumbra, se presta para todo tipo de especulaciones y conjeturas. Y, mutatis mutandis, equivale a lo que los expertos penalistas llaman “cuerpo del delito”. Mientras no se despejen todas las dudas que tal hecho suscita, cualquier aspiración electoral de Petro quedará comprometida ante la opinión pública, y ni se diga ante sus ocasionales, enconados rivales. Porque si allí no hubo delito, sí hubo una torpeza monumental, impensable en un dirigente tan canchero y avisado. El futuro se encargará de aclararnos este turbio episodio que empaña la estampa de quien entre nosotros ha fungido como el adalid de la moral, el nuevo “redentor” que hoy reemplaza entre nosotros al legendario e inimitable predicador de otrora.

 

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