A cinco años de su fallecimiento, Lucila González de Chaves recuerda la importancia de la obra del mexicano Carlos Fuentes y analiza su novela La muerte de Artemio Cruz.
Dentro del movimiento literario hispanoamericano de la década de 1969, llamado Boom, en México, sus más destacados exponentes fueron: Juan Rulfo y Carlos Fuentes.
Nacido en Panamá en 1928, de padres mexicanos, Fuentes murió en México, “su país”, en mayo de 2012. Fue diplomático entre 1972 y 1976, y brillantísimo escritor: en novela sobresalió con más de quince obras, entre ellas: La región más transparente. Gringo viejo. Las buenas conciencias. Cambio de piel; escribió numerosos relatos y cuentos. En el género ensayo fue agudo y prolífico; para teatro escribió interesantes y valiosas obras, entre ellas: Todos los gatos son pardos. El tuerto es rey. Orquídeas a la luz de la luna.
Su labor de intelectual y literato fue reconocida con varios premios, entre ellos: el Miguel de Cervantes, el Rómulo Gallegos, el Princesa de Asturias de las Letras, el Alfonso Reyes, el Prix Formentor, el Menéndez Pelayo.
Lea también: H. D. Thoreau: la escritura de la niebla
Su obra póstuma es la novela Aquiles o el guerrillero y el asesino. Inspirada en el controvertido personaje Carlos Pizarro Leongómez, precandidato a la presidencia, asesinado en un avión de Avianca en 1990.
La muerte de Artemio Cruz
En su novela La muerte de Artemio Cruz hay muchos momentos vivenciales que son valorados por el lector según el plano, el momento, el ambiente en donde los coloque el autor. “Una novela es una impresión personal de la vida”, dijo un gran estudioso de la narrativa; y Carlos Fuentes quiere hacer verdadera esta definición.
Esta, su obra cumbre, publicada en 1962, es la confirmación del valor literario de Fuentes; con ella se alinea en el campo de la crítica social.
Empezó a escribirla durante una estadía en Cuba en 1960, y en ella refleja su filosofía política y social de autor comprometido.
La muerte de Artemio Cruz es la novela, cuya historia del personaje es la de la Revolución Mexicana: con ella crece, madura y se apaga. Es, también, la novela del llamado “perspectivismo”. Un crítico moderno explica: “Podríamos decir que hoy, no es el tema el problema fundamental que se plantea el novelista al empezar a trabajar. Ni la forma entendida como puro estilo, lenguaje más o menos culto o popular. Sí lo es la forma, en sentido amplio, como principio configurador de toda la obra: Planteamiento estructural de la arquitectura o composición. Pero, sobre todo, es elección de una perspectiva para narrar; de un punto de vista desde el cual se enfocará todo el relato”.
Y ese “punto de vista” en La muerte de Artemio Cruz, -creemos- es la súbita dolencia a los 71 años. Desde ahí, el narrador ofrece al lector, en una especie de abanico, las épocas existenciales del protagonista, y cada una de ellas tiene su modo propio y su auténtico valor.
Por otra parte, el escritor combina dos elementos: el autor narra episodios externos vividos por algunos de sus personajes; y cede el paso a los monólogos interiores.
Los capítulos de la novela La muerte de Artemio Cruz empiezan por: “YO”, o “TÚ”, o “ÉL”. Dice el ensayista Amorós que “los capítulos encabezados por el “YO” son el monólogo interior del moribundo. Los en “TÚ” son menos claros: el que le habla parece una consciencia omnisciente (¿el narrador, Dios, él mismo?) que lo ve desde fuera y se atreve a decirle las cosas que él siempre sospechó, pero no tuvo el valor de admitir. Los capítulos encabezados por “ÉL” narran objetivamente hechos de su vida pasada, con gran desorden temporal. Se confunden el pasado y el futuro, por ejemplo: “Lo que pasará ayer”. “Sí, ayer volarás”.
A la mirada y los hitos
Esta novela acusa una permanente temática social: Las consecuencias de la revolución: engaños, corrupciones, despojos, etc. El protagonista se defiende de todo, alegando que “no somos responsables porque no elegimos, no somos libres”.
Las señales de la obra son las fechas; a partir de ellas y en un desfile fílmico, la novela salta hacia atrás desordenadamente:
Julio 6, 1941: Preparación del matrimonio de Teresa, la hija de Artemio y Catalina. Artemio tuvo dos hijos: el muchacho pereció en un bombardeo, la muchacha sólo aparece en el relato, para repetir a la madre, cuando contempla al padre: “Se está haciendo…” (y el padre agoniza).
Mayo 20, 1919: Artemio Cruz conoce a la hermosa joven Catalina, quien fue luego su esposa. En el momento de la narración, está separado de ella.
Diciembre 4, 1913: Regreso de su pensamiento al tiempo en que fue soldado y los breves, pero plenos encuentros con la mujer amada: Regina. Artemio tenía, entonces, veinticuatro años. Con el sacrificio de ella, aflora en él “su primer llanto de hombre”.
Junio 3, 1924: La época de su matrimonio. La tan extraña pasión nocturna de Catalina y su frialdad durante el día. Luego, la separación. Su postulación para diputado federal en reconocimiento a “sus méritos” revolucionarios.
Noviembre 23, 1927: Adhesión a una ideología política y el delirio centrado en una sola idea: Chingar, con la cual el “TÚ” construye una serie de juegos verbales.
Septiembre 11, 1947: Su viaje a Acapulco “con una chica, para las vacaciones”: Lilia. El afán de su esposa y su hija por encontrar el testamento y su última jugada burlona: Las engaña, dándoles sitios diferentes para hacerles más cruel y expectante la búsqueda.
Octubre 22, 1915: El momento en que siendo capitán, fue apresado y llevado a la cárcel de Perales por los partidarios de Pancho Villa. Su frustrada fuga, al pasar por una mina abandonada, son páginas de un intenso dramatismo.
Sobresalen en la narración: su encuentro en la cárcel con Bernal, el futuro cuñado, y el asesinato del coronel, para poder quedar en libertad. Para Artemio, los seres humanos no tienen ningún valor, por eso su corazón está lleno de soledad y egoísmo; él mismo declara: “Mi único amor ha sido la posesión de las cosas, su propiedad sensual”.
Agosto 12, 1934: Otra mujer en su vida: Laura, a quien había conocido en Nueva York. Le acosa también el recuerdo de su hijo Lorenzo, víctima de un bombardeo.
Febrero 3, 1929: Su hijo Lorenzo está en España y pelea por una causa con los ejércitos populares. Se suma a los refugiados que van a Francia a empezar de nuevo la vida. Luego, su muerte, a causa del bombardeo llevado a cabo por el trágico avión, con la cruz gamada.
Diciembre 31, 1955: El relato salta aquí hacia la época en que ya, un tanto vencido por la enfermedad, da esas fiestas de año nuevo. Estas fiestas son suntuosas y se llevan a cabo en casa de Lilia, una mujer ordinaria. Aquí, la voz de su consciencia (el “TÚ”) es implacable. En este capítulo hay una toma de posición y una valentía y un ardor para manifestarse.
Enero 18, 1903: En este momento, nos enteramos de quién es aquel rico, gran licencioso, rodeado de soledad interior, el teniente, el soldado, el terrateniente: Artemio, el temido. Fue un pobre niño nacido en una choza de negros, que en compañía del mulato Lunero, hacía velas de cera para las fiestas de la parroquia. Su abuelo -un tirano- muerto en una prisión.
Su abuela, loca. Su padre, muerto en una emboscada. Su único tío, un borracho. Su madre, una negra renegada. Un día, su tío materno, el mulato Lunero, debe dejar al muchacho de dieciocho años completamente abandonado a su suerte, porque van a engancharlo a la cuadrilla del nuevo amo. Artemio, niño, se roba una escopeta y con ella da muerte a quien cree ser el enganchador, pero el muerto es su tío, el borracho. El mulato y el niño huyen; en su fuga, una bala mata a Lunero, y el chico se queda solo para siempre.
Abril 9, 1889: Nacimiento de Artemio Cruz. Su madre Isabel Cruz es atendida por su hermano Lunero.
Este es el final de la novela. El nacimiento y La muerte de Artemio Cruz se juntan, se enlazan: un relato circular que atrae y conmueve.
Al escribir este texto, no hemos tomado las fechas al azar. Hemos seguido religiosamente, y en orden, el argumento del libro, del principio al fin. Por ser novela circular, no hay orden cronológico.
Lucila González y sus Cien mujeres.