León Sierra Rodríguez, con sus historias de árboles, se ha convertido en un ejemplo del leal seguidor de la actitud curiosa y leal del naturalista, del discípulo del sabio Mutis.
Estamos en el municipio de El Retiro, Antioquia, a unos 2.200 metros sobre el nivel del mar: hemos dedicado toda la mañana –fresca, sin viento, con unas gotas de llovizna- a una actividad interesante y bella; en compañía de León Sierra Rodríguez, autor del libro Historias de árboles (Laboratorio del Espíritu, Corporación Rural, 2018) recorremos el bosque que él sembró y ha cuidado durante décadas, encargándose de la identificación taxonómica, búsqueda de semillas, siembra y difusión de especies nativas. Un entusiasta agrónomo y botánico que ha convertido su afición en una realización concreta. Sierra ha conocido la felicidad, él mismo escribe: “… si logro coger semillas de árboles que están en peligro de extinción, sembrarlas y que me germinen, me pongo feliz, ¡esa es mi vida!”. Es una caminada en calma, contemplativa, didáctica, en la que fluyen unos nombres e imágenes evocadoras de algo muy antiguo y auténtico: platero, chocho, uvito de monte, olla de mono, caunce, cariseco, estoraque, ojo de pava…
Del mismo modo como Sierra nos muestra los frutos de sus años de labor, con legítimo orgullo nos permite conocer unas joyas que ratifican la magnitud y originalidad de su vocación por las plantas: el herbario que él elaboró desde sus tiempos de estudiante, con impecables descripciones; sus anotaciones a lápiz, meticulosas, ordenadas: fecha y sitio de consecución de la semilla, coordenadas geográficas, tiempo que tardó en germinar, fecha en que el árbol joven fue trasplantado, código de identificación, nombres comunes y científicos, observaciones sobre su crecimiento, floración y frutos…. En ésos manuscritos hay años de amor, dedicación, conocimiento, voluntad de crecer intelectualmente: una actitud de naturalista paciente y sistemático.
Vemos el árbol de la quina -cinchona pubescens- que tanto interesó al sabio Mutis. Seguimos con otros nombres comunes que brotan de la tradición campesina local: el candelo, el cargadero, los arrayanes, los guayabos, los chaquiros. De cada uno de ellos, el registro fotográfico y la identificación con discretas placas de aluminio grabadas, ideadas por Sierra.
Tal vez el ejemplar más destacado, por el entusiasmo con que lo describe, el amarrabollo real -Blakea princeps- con sus flores y frutos de color morado, manjar para aves; la conversación la interrumpe un grupo de caciques candela que van por su ración escondida en las flores.
El recorrido por el bosque del agrónomo Sierra Rodríguez nos hace recordar la tarea de sus antecesores. Vienen a la memoria -todos ellos tienen la categoría de sabios y todos, cada uno a su modo, herederos de la tradición del gaditano José Celestino Mutis, de quien es apenas lógico y justo afirmar que es uno de los primeros científicos colombianos, ya que entre nosotros invirtió los más importantes y fructíferos años de su vida académica y científica, influyendo de modo decisivo en los destinos de Colombia en sus inicios institucionales-. Aquellos grandes botánicos son, nada más y nada menos: los médicos y naturalistas Manuel Uribe Ángel y Andrés Posada Arango; el educador y escritor Joaquín Antonio Uribe, el padre Enrique Pérez Arbeláez. Todos ellos sabios, científicos, estudiosos, cultivadores del amor por la naturaleza. A aquella lista de nombres ilustres puede añadirse el de León Sierra Rodríguez, con su figura amable, discreta, elegante, y con su voz pausada. Acostumbrado a contemplar la naturaleza, habla poco, y en voz baja, dice ideas claras, ordenadas, certeras. Cada estudiante de bachillerato en Colombia debería conocer estos nombres y sus obras.
León Sierra Rodríguez, con sus historias de árboles, ha sabido seguir los pasos de los maestros y se ha convertido él mismo, con amor y dedicación de años, en un ejemplo del seguidor de la actitud curiosa y leal del naturalista, del discípulo del sabio Mutis. Con más ciudadanos como el, sencillos, silenciosos, amantes de la naturaleza, respetuosos con el medio ambiente, nuestro país tiene la real oportunidad de multiplicar su patrimonio ecológico, su asombrosa variedad biológica en flora y fauna, y la posibilidad de responder inteligentemente a la responsabilidad que todos tenemos ante las generaciones que vienen.