El Eln pues, a no dudarlo, se sentiría mejor acompañado en esas latitudes que en Quito, donde ya no deben estar mirándolo con la indulgencia de ayer.
Se rumora que el Eln quiere que los diálogos con el gobierno cambien de sede desplazándose a Europa o, en su defecto, al litoral Caribe colombiano. Si así fuere, la razón de tal pretensión estaría en la sorpresa causada por el actual mandatario ecuatoriano que, inopinadamente, desvió el camino trazado por su antecesor Rafael Correa, quien lo escogió para que, ciñéndose a sus instrucciones, continuara su política y su programa. Lenin (así se llama paradójicamente el hombre que de leninista ahora no tiene sino el patronímico) dejó la izquierda para pasarse al centro, apartándose de Venezuela y retornando a la órbita gringa dentro del sistema interamericano y en el marco de la OEA, hoy custodiada por Luis Almagro. O sea que siguió los pasos de Argentina, Brasil, Perú y tantos otros países que se demarcaron del Alba.
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Ocurre que los elenos en este nuevo ambiente no están muy conformes, supongo yo, porque de sobra saben que el gobierno que preste su territorio para zanjar un conflicto externo necesariamente incide, y mucho, en la suerte de las negociaciones respectivas. Claro ejemplo de lo cual es el acuerdo recién sellado con las Farc. Sin la gravitación de Cuba en la mesa de La Habana y en el arreglo final, dicha guerrilla no habría logrado todo lo que consiguió en su tenaz y muy fructífero forcejeo con el presidente Santos y su emisario De la Calle.
Las ventajas derivadas del país sede (que les sirvió a los elenos, como vitrina al menos, con presencia de Correa, en buena medida afín a ellos) con un gobierno anfitrión de signo ideológico contrario no las hubieran tenido. De ahí su interés, todavía no hecho público, en cambiar de sitio, radicando el escenario de los encuentros en un lugar más propicio, Europa, por ejemplo. Y ojalá en los países nórdicos (Noruega, Suecia, Dinamarca) donde, pese al frío, el clima político se presta mejor a sus propósitos de alargar las tratativas tanto cuanto puedan, como es su costumbre. Y no olvidemos la proverbial simpatía y proclividad, y cierta complicidad moral también, que allí se respira por toda ruptura o amago de desobediencia o insurrección, de tipo filomarxista, que ocurra fuera de sus fronteras propias y de las del Viejo Continente. El Eln pues, a no dudarlo, se sentiría mejor acompañado en esas latitudes que en Quito, donde ya no deben estar mirándolo con la indulgencia de ayer. Nadie ignora además que, al mundillo intelectual, a los círculos académicos europeos, les seduce mucho la izquierda radical, extremista y ojalá armada de América Latina. Desde los tertuliaderos y cafeterías, por supuesto, donde no arriesgan nada ni ponen en peligro su status de diletantes (en Europa es todo un status, incluso remunerado) calman su conciencia algo avergonzada y sofocan sus viejos remordimientos de europeos satisfechos , abrazando, entrometiéndose en causas ajenas, a punta de andar firmando manifiestos insulsos que repiten el mismo texto de lo que solían redactar Sartre y dona Simona en el París de los años sesenta, en pro del Tercer Mundo, cuando hacia afuera posaban de contestatarios mientras holgaban como discretos y refinados burgueses en la Metrópoli.
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Trasladar pues las negociaciones a un escenario con mayor eco y prensa, que sacie su inagotable vanidad o vocación de apóstoles autoelegidos. Y si ello no fuera posible, resignarse a que los largos coloquios prosiguieran en nuestra costa Caribe, donde al menos hay balnearios, como en La Habana. Pues ellos obviamente no aceptan un trato inferior al que recibieron las Farc, ni en cuanto a las concesiones que se les brindaron en el armisticio celebrado ni en cuanto a las condiciones de la estadía que se convengan. La austeridad es para la guerrillerada, no para los comandantes.