Mi recomendado literario (que seguramente agregará malquerientes a mi nombre), es nada menos que autor de 50 novelas, 75 relatos y 38 poemarios; a más que guionista y columnista.
Hacen poco, en esta misma columna, escribí sobre Raúl Gómez Jattin, una figura grande de la literatura colombiana, cartagenero para más señas, hijo de Lola y Joaquín Pablo. Escribí sobre este poeta inmenso, que así se dolía y escribía el día del funeral de su madre:
“Más allá de la noche que titila en la infancia, / más allá incluso de mi primer recuerdo /está Lola -mi madre- frente a un escaparate / empolvándose el rostro y arreglándose el pelo.
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte / y está enamorada de Joaquín Pablo -mi viejo-. / No sabe que en su vientre me oculto para cuando / necesite su fuerte vida la fuerza de la mía.
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara / de su dolor inmenso como una puñalada / está Lola -la muerta- aún vibrante y viva / sentada en un balcón mirando los luceros / cuando la brisa de la ciénaga le desarregla / el pelo y ella se lo vuelve a peinar / con algo de pereza y placer concertados.
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve / estoy oculto yo en el fluir de un tiempo / que me lleva muy lejos y que ahora presiento. / Mas allá de este verso que me mata en secreto / está la vejez –la muerte- el tiempo inacabable / cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío / sean un recuerdo solo: este verso”.
Pocos días después, cuando aún no me había pasado la embriaguez de leer con ternura, algo de dolor y mucho de cuidado para escribir la citada columna, me encontré, a la entrada del Salón de Té Astor, en el pasaje Junín, a un fulano que exhibía en su hoja de vida el haber sido secretario de Educación de Antioquia, en no sé qué época, ni bajo qué circunstancias, a sabiendas de que, aún el más despalomado transeúnte sabía que, en materia de letras apenas sí llegaba hasta la efe. Lo cierto es que el gil, sin mediar saludo, me increpó así:
“Cómo se atreve a escribir tanta belleza de un vicioso, de un vago, de un pordiosero, como ese Gómez Jattin”. Acudiendo a la prudencia, virtud esta tan promocionada y poco practicada, opté por el silencio. Como noté que el hombre recargaba baterías para soltar otro sartal de diatribas contra mi escrito y la memoria del poeta, me apresuré a decirle: “amigo, a mí no me interesan los vicios, la pobreza o lo profano del creador, el escritor o el artista: me interesa la calidad estética y el conjunto de su obra”. Dicho esto, me alejé apresurado del pobre hombre de letras, del crítico literario en agraz, que hacía ostentación, sin rubor alguno, del título de exsecretario de Educación de Antioquia.
Narro la crónica anterior, por simple instinto de conservación y prudencia, porque quiero recordarle a mis lectores que hoy, 9 de marzo, estamos conmemorando el fallecimiento de otro escritor gigantesco, “peor que Gómez Jattin”, y que responde al nombre de pila de Heinrich Karl Bukowski, nacido en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920, y llevado a los Estados Unidos, a muy corta edad, donde falleció, en 1994, para placer de muchos criticones cutres, en San Pedro, una comunidad de Los Ángeles, en California, a la edad de 73 años.
Mi recomendado literario (que seguramente agregará malquerientes a mi nombre), es nada menos que autor de 50 novelas, 75 relatos y 38 poemarios; además, guionista y columnista. Bukowski, que en su extensa obra elimina todas las figuras retóricas sobrantes, dejando el escrito lo más sencillo posible, está rotulado dentro de la corriente literaria (pobremente llamada, digo yo), el Realismo sucio. Es un estilo minimalista que reduce las narraciones a sus partes más básicas, sin restar belleza al texto; sus protagonistas suelen ser seres algo vulgares, que llevan vidas convencionales. Además, digamos con certeza que la escritura de Bukowski está fuertemente influida por la atmósfera de la ciudad de Los Ángeles, donde pasó la mayor parte de su vida. Durante la década de los 60, Bukowski trabajó como cartero y comenzó a publicar sus escritos en revistas como The Outsider y a colaborar para medios independientes como Open City y Los Ángeles Free Press.
Un pétalo del jardín literario de Bukowski, para provocar a nuestro ex secretario de Educación de Antioquia, es el poema Muerto otra vez:
“Ben me habló por teléfono y dijo: / "corre el rumor que has muerto. La revista Hustler / ha recibido 3 o 4 llamadas". / "Bien", le dije, / "a lo mejor los muertos no lo saben, / a lo mejor finalmente estoy muerto".
Hace cinco años alguien lo inició: / "murió Bukowski". / Ahora comienza de nuevo, / me quieren muerto, /parece que estoy mucho en los pensamientos de aquellos / que anhelan mi muerte.
Para algunos es irritante / que un hombre casi de sesenta / continúe escribiendo. / debería darles ánimos / en lugar de rencor. / Moriré, amigos, / no cabe la menor duda. / Pero creo que la historia de nuestras calles / será menos fea / si celebramos / de los hombres / sus vidas / también”.
La obra de Bukowski influyó tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo y su obra fue traducida a más de doce idiomas. Su vida inspiró las películas Ordinaria locura y Barfly, de la que fue su guionista.
Un hombre que escribió cerca de 150 libros y fue capaz de desnudar a su ciudad y a los Estados Unidos, bien merece ser recomendado por este servidor, aunque criticones de medio pelo, armados de su verbatim moralista, me aborden a la entrada del dulce Astor.