Nuevamente la rabia, la frustración, la confusión y la euforia se apoderan de la opinión de quienes depositaron toda su fe y esperanza en esta consulta, creando dos bandos
Melissa Pérez Peláez
De acuerdo con Sanín, “… todos estamos en contra de la corrupción. Contra el robo. Contra el pillaje. Contra la enfermedad. A favor de la virtud. A favor de la vida ética. A favor de la salud” (o por lo menos eso es lo que dice la mayoría abiertamente); sin embargo, esto no significa que todos estemos totalmente convencidos de que los medios y las formas que se utilizaron esta vez en la titánica y honrosa batalla contra la corrupción fueron los más atinados. Con todo, es de reconocer la importancia política que tuvo el resultado de esta consulta (11.671.420 votos) como rechazo manifiesto a una política descompuesta por los intereses personales de un gran número de mandatarios.
Materialmente, se hace difícil ignorar la poca claridad que hubo en las preguntas, tanto en su redacción como en su verdadera intención, pues bien vistas las cosas, deja bastantes dudas si rebajar los salarios de los congresistas (primera pregunta), si reclamar más castigo (segunda pregunta) o si impedir que los mandatarios se “atornillen” en el poder (séptima pregunta), cambia significativamente en algo las cosas. O si, por el contrario, votando “siete veces sí” sin mayor reparo, se crea sólo la sensación de alivio para el votante mientras las cosas siguen exactamente igual.
Por otro lado, con la consulta anticorrupción se crea la sensación de que los males del país se deben únicamente al robo de los dineros públicos, porque, según esta campaña, “el dinero público es sagrado”, y, de acuerdo nuevamente con Sanín, “ningún dinero podría ser sagrado”. De modo que, lo que hace la consulta es, por un lado, encontrar un enemigo común y concreto: “el político”, y, por otro lado, concentrar la mirada en un problema concreto: “el robo de los dineros públicos”, haciéndolo pasar, gracias a la rabia, la frustración y la euforia (que son comprensibles) como el único problema. Cuando la realidad enseña que el político corrupto no es el único enemigo, ni la corrupción es el único problema; sino también las multinacionales, los explotadores de los trabajadores, los que están dispuestos a vender y comprar votos, la violencia, la destrucción del medio ambiente, la eliminación progresiva de las libertades individuales, la indiferencia política y la injusticia social.
Pero nuevamente la rabia, la frustración, la confusión y la euforia se apoderan de la opinión de quienes depositaron toda su fe y esperanza en esta consulta, creando dos bandos que parecieran que tienen objetivos radicalmente opuestos: por un lado, los blancos: quienes defendieron, apoyaron y promocionaron la consulta anticorrupción sin ningún reparo y, por otro lado, los negros: bando en el que cabe todo lo que no votara “siete veces sí” o los que simplemente no votaron, no dando lugar a un medio racional en el que la reflexión tuviera espacio y donde la opinión política no fuera tan agresiva contra los que no tuvieron tanta fe.